domingo, 20 de enero de 2013

PÁGINAS ENTRE LAS OLAS Y EL VIENTO Capítulo IV

CAPÍTULO IV

……………………………………………………..
Obra inscrita con el Asiento Registral nº 16/2003/1751
Registro Territorial de la Propiedad Intelectual de la Comunidad de Madrid
Copyright © 2004 José Luís de Valero.
Todos los derechos reservados.

Puede que con el tiempo el periodismo libre su última batalla y acabe siendo vencido por los bárbaros, transmutándose en una profesión de usar y tirar y por lo tanto perfectamente prescindible. Temo que vaya a ocurrir semejante hecatombe incluso intuyo que existen ciertas probabilidades de que tal hecho se produzca a corto plazo. Lo cabal sería que el director que se encuentre al frente de una desprestigiada publicación, corrigiera errores. Si por el contrario enfatiza las múltiples querencias que imperan hoy en día en la prensa escrita, el descalabro está servido. La constante frivolidad informativa, el tenaz rastreo inconsecuente a la busca y captura de argumentaciones literarias con la que confeccionar un artículo más o menos fascinante pero rara o escasamente verificado, la publicación de una noticia-desmadre carente incluso de bases legales para ser publicada – todo ello - reúne los suficientes argumentos para provocar el fin de un medio.
Los dirigentes y responsables de los distintos medios de comunicación deberían ser expertos profesionales y no simples directivos de empresa. De lo contrario creo que el periodismo tal y como lo conocemos hoy en día, acabará por desaparecer de la faz de la tierra engullido por su propia voracidad y la incompetencia profesional. Cierto que hoy en día el ser periodista y desenvolverse como tal significa estar inmerso en un mundo de locos. Ejercer dicha profesión conlleva la acción de escribir para una publicación efímera que a su vez devora la propia noticia a la puesta de sol del mismo día en que nace, lo que no deja de ser un acto canibalesco. El periodista-escritor o viceversa se convierte a diario en depredador de su propia obra.
El escritor sin embargo es un agricultor de las palabras que ha sembrado. Aguarda pacientemente a que germinen en una tierra pisoteada por íncubos orlados con falsas vitolas y prebendas adquiridas a golpe de talonario o reconocido amiguismo. Lo más probable será que la siembra del anónimo escritor-agricultor de palabras sea destrozada por el pedrisco comercial y de marketing que azota estos tiempos, preñados de consumidores adoradores de marcas y de nombres publicitariamente consagrados.  

Desde las profundidades del averno el ser humano no abdica. Se revela contra su destino en un combate desigual contra fuerzas superiores. Ese al menos ha sido mi cometido desde que tengo uso de razón. Y continúa siéndolo.
Me encuentro situado en el epicentro del infierno informativo, sentado frente a uno de los innumerables íncubos que florecen cual flores entre el estiércol. Estoy de mierda hasta las cejas pero todavía no me revuelco en ella a pesar que tito Milio me lo está poniendo fácil.
-Magnífico José Luís, magnífico – sonríe exultante, releyendo mi artículo – Es justo lo que yo quiero para la revista aunque en su conjunto, quizá has confeccionado un texto excesivamente técnico ¿No te parece?
-Cuando planifico un argumento intento que su interpretación sea accesible a toda clase de lectores – puntualizo – Si lo que deseamos es atacar a la vez que nos defendemos, sería conveniente que todos los que compran Hábleme se dieran cuenta de que aquí trabajamos con un mínimo de calidad literaria.
-¡No me vengas con hostias, coño y déjate de literaturas! – vocifera – A ver si te enteras de una puñetera vez: Mi revista la compra la gente de clase media y baja, que son los más. A la gente culta y a los de muy arriba les pueden dar mucho por el culo. A esos ni agua ¿Estamos?
En valores absolutos la dictadura y la desvergüenza característica de un autócrata, es tanto mayor cuanto más grande es su mala conciencia y mala leche como dirigente. Tito Milio es el máximo exponente de la autocracia y hediondez profesional tanto en el sector periodístico como en el de la abogacía.
El mentecato barbudo me ruge al oído consignas editoriales de nuevo cuño mientras intenta convencerse a sí mismo de la proyección internacional que en breve y según afirma, tendrá la revista Hábleme.
-Por si no lo sabes, dentro de un mes esta publicación se venderá en Estados Unidos para que todas las putas negras y blancas de habla hispana puedan cotillear en la vida de las putifamosas españolas – aúlla, recorriendo el despacho a enormes zancadas – Y para esa labor como tú comprenderás no necesito contratar a un erudito en literatura, así que menos hostias y cíñete a mi patrón de trabajo. Lenguaje vulgar para gentuza vulgar. Eso es todo.

Uno tiene que haber caído muy bajo o estar herido en lo más hondo, para descubrir la fuerza que le ayudará a remontarse. En mi caso, el ímpetu necesario para el remonte me lo otorga el propio enemigo al que me enfrento. Al igual que en una corrida de toros, aprovecharé el impulso del cornúpeta para hacer una buena faena. Quizá con un poco de suerte logre cortar orejas pero me consta que será una labor ardua, complicada y sobre todo peligrosa.
El morlaco carece de casta aunque sé de buena fuente que se ha echado a los lomos a más de un buen espada empitonándolo a traición. Permanezco en silencio esperando a que el tito se desbrave por completo. El bicho ha irrumpido por la puerta de toriles rezumando baba por la boca pero ha salido suelto, coceando y a su aire sin derrotar en tablas, lo que me da entender que me las tendré que ver con un manso resabiado que dicho sea de paso son los más peligrosos y difíciles de lidiar.
En la primera suerte le ofrezco el capote y entra al trapo.
-No te preocupes que escribiré como tú quieras – le tranquilizo – Es más; necesito que me asesores sobre el particular ya que como sabes hace muchos años que no trabajo para una publicación y no estoy al corriente de los entresijos editoriales. Estando a tu lado espero aprender algo al respecto.
Fijo al toro. Tito Milio se ha detenido en su deambular por el amplio albero de su despacho contemplándome con suficiente sonrisa. Se aposenta majestuoso en su trono presidencial forrado de negra piel.
-Así me gusta hombre, así me gusta, que me entiendas a la primera. ¿Tomamos ahora una copa?
Una de dos: o soy un lidiador nato o el peligroso rumiante que tengo delante se ha convertido de repente en un cabestro robaperas incapaz de intuir el momento en que le están haciendo la cama. Me inclino por lo segundo, puesto que entre mis hábitos y costumbres no figura dominar el arte de Cúchares ni la técnica del peloteo.
-Sin hielo, por favor.
Clara se inclina ante mí mientras me sirve un Chivas, descubriendo ante mis ojos el principio y el fin de su seno. Se encuentra en pie frente a mí envolviéndome fijamente con su mirada, dando la espalda al Tito que continúa sentado en su poltrona disertando en un monólogo alucinante sobre sus proyectos editoriales con ribetes de gloria made in USA.
Mientras vierte la bebida los labios de Clara se juntan, se comprimen y su boca se abre lentamente lanzándome un inaudible a la vez que excitante beso.
Somos cómplices. Una pareja de lobos famélicos insumisos a la jefatura del lobo dominante o quizá mejor, a la caza de un cabestro con ínfulas de toro bravo.
La loba sale del despacho marcando el linóleo con sus tacones de aguja, tensando la musculatura de sus poderosas piernas al compás de una oscilación de caderas característica de la loba hispana en celo. Su rastro a Chanel 5 se olfatea en el ambiente y por un momento me aturde, despistándome de mi labor de brega.
-Perdona ¿Qué decías?
No se le puede perder la cara a un manso. Tito Milio escarba con sus dedos-pezuña sobre la mesa del despacho aprestándose a una nueva embestida.
-Me jode que cuando hablo no se me preste la debida atención.
-Dispensa, pero estaba pensando en... – intento disculparme.
-¡En el culo de Clara! – me interrumpe, riéndose como un cretino.
-¡No por favor, no es eso! – miento, sin saber qué justificación ofrecer por la pecadora mirada con la cual he seguido a la loba rebelde en su retirada.
-Por si no lo sabes te diré que esa hembra ya tiene un macho que la cubre – me indica en tono grosero y confidencial – Es la mujer de Jesús del Rosal el subdirector de la revista, tu jefe más próximo, vamos. Aunque cubrir, lo que se dice cubrirla, nada de nada.
Estalla en una brutal carcajada. Es un perfecto imbécil.
-No ha sido mi intención...
-¡Nada hombre, nada! Tú tranquilo, que Clara es muy complaciente con sus compañeros de trabajo – rebuzna, soltando un bufido que quiere parecerse a un nuevo carcajeo – Ya lo irás comprobando a medida que tengáis más roce.
La última palabra la pronuncia en voz baja, relamiéndose los labios e intentando escrutar mis reacciones con sus ojillos porcinos de mal nacido.
-¿Te quieres follar a esa tía? – me espeta de repente – Yo te puedo echar una mano si tú deseas trajinártela. Te advierto que en la cama es una leona y lo digo con conocimiento de causa. A su marido no le importa que se la follen. Es impotente y un cornudo consentido.
Por la comisura de sus labios fluye un hilo de saliva que se le entremezcla en la barba. El tito jadea con una respiración entrecortada a la par que sus ojos describen trazos elípticos sin fijación concreta. De pronto se queda como alelado, sobándose la entrepierna. 
-Oye José Luís, por cierto, ¿tú utilizas Viagra?



He tomado el autobús de regreso a casa, sumido en un total desconcierto.
A lo largo de toda mi vida he tenido la oportunidad de conocer a todo tipo de personas con diferentes registros y cataduras, pero el descubrimiento del último espécimen ha desbordado mis actuales conocimientos con relación al origen de las especies, según nos indica la teoría evolutiva de Darwin.
No existe un patrón concreto de trabajo al que pueda ceñirme para investigar a un individuo anárquico y cambiante en sus reacciones como lo es el barbudo elemento con el que me acabo de entrevistar. Alucino. Ese tío es un majadero, sin duda. Un manso peligroso que lanza derrotes a su libre albedrío creyéndose el amo del cotarro.
Creo que tito Milio está tan loco como su revista. Es un tarado mental con permiso para ejercer de mamporrero en dos profesiones dignas como lo son la abogacía y el periodismo. En ambos sectores ya se ha cobrado innumerables víctimas a lo largo de los años de su arbitrario y demencial reinado, sin embargo parece estar revestido por un halo invisible de satánica protección. Hace tiempo ya se libró de un intento de asesinato instigado por su propia esposa y a pesar de las amenazas de muerte recibidas y provocadas por el contenido difamatorio de Hábleme, continúa en la brecha del escándalo y de la provocación sin que nadie haga algo por evitarlo.
Lo cierto es que – según parece –  tito Milio posee patente de corso para efectuar incursiones en vidas y haciendas y exceptuando a la familia Real, se ha introducido en multitud de alcobas para obtener información aireando a posteriori, cómo y con quién se lo montan los políticos y los famosos. El comentario generalizado apunta que tiene múltiples agarraderas en círculos oficiales gracias a sus contactos con altas jerarquías con mucha mierda que ocultar de sus vidas privadas.
-Será mejor que te desentiendas de él – me aconseja Marina, sirviendo la sopa de cocido – Ese tío no es trigo limpio y el trabajo no te conviene. Cualquier día os pueden meter una bomba en la redacción.
-Necesitamos el dinero, niña. No puedo perder ese trabajo.
-Ya te saldrá otra cosa, digo yo.
-¿A mis años? ¡Vamos, no me fastidies!
Tras la comida intento dormir la siesta pero no consigo hilvanar el sueño. La blusa y la minifalda de Clara se precipitan sobre mi cama esparciendo su contenido entre las sábanas. Sus pechos son firmes y los sonrosados pezones, turgentes y juguetones. Están vivos, se agitan sobre mi cuerpo en una frenética y lejana danza que me obliga a salir en su persecución para no perderlos de vista.
Necesito atraparlos, preciso asirme a su carne y beber de ellos para que su savia me proporcione la fuerza necesaria que necesito para continuar combatiendo en las trincheras que el ser humano ha cavado en un planeta ocupado por sátiros, íncubos y fantasmales espectros que se agolpan frente a mí, impidiéndome la succión e intentando arrebatarme la fuente de la vida.
Lucho por mi existencia anónima, vacía, aunque inexcusable.
Desearía abandonar la lucha, escapar de tanto combate inútil y carente de sentido pero no puedo desertar, no debo, no me dejan. Pertenezco a una raza de grises esclavos prisioneros de un bello planeta azul que les obliga a servirle hasta la extenuación y por lo tanto, mi vida deberá ser vivida hasta sus últimas consecuencias aunque vivir no signifique precisamente sobrevivir malamente cual es mi caso. Vivir es reír perpetuamente como un niño, amar infinitamente como un adolescente y pensar eternamente con la sabiduría de un anciano. Vivir significa escribir todo lo vivido y hacerlo con la libertad que otorga el entender que no seré yo, si no la muerte la que ponga el punto y final en la última página de mi vida. Pensando así, la existencia es más llevadera puesto que mi vida es admisible ante la convicción del sueño eterno.
Me despierto asustado, empapado en sudor e instintivamente palpo las revueltas sábanas buscando algo que sé no voy a encontrar en ellas. El cuerpo de Clara se ha esfumado al igual que mis sueños, disueltos en la nada.
Retorno a la realidad más aplastante. En mi alucinación no he logrado sorber ni una sola gota del néctar de la vida. Sigo siendo el gris esclavo carente de fuerzas para continuar en combate y sin embargo debo permanecer en mi puesto.
Tras mi sueño, desmenuzo y saboreo una frase del ilustre padre de Fausto.
“Mi campo – dice Goehte – es el tiempo”.
Existen millones de Faustos sobre una tierra donde florece la Vida pero disponen de breve lapso de tiempo para labrar sus campos. Hay muchos Faustos que no han disfrutado el placer de ver germinar el fruto de su esfuerzo y otros tantos que ni siquiera podrán paladear el sabor de la cosecha. Partirán de este mundo con las manos encallecidas y rotas por el esfuerzo, pero vacías. Quizá su bagaje consista en experiencias vividas y soledades compartidas, pero es un hecho irrefutable que la partida final la ganará el tiempo, no el hombre.
Como dice Fausto en su monólogo “No me figuro saber cosa alguna razonable, ni tampoco imagino poder enseñar algo capaz de mejorar y convertir a los hombres”.  Algo semejante pasa por mi cabeza de gris esclavo, Fausto clónico de aquel otro que vendió su alma al diablo. En mi caso no preciso de excusa para entablar negociaciones con un representante del Maligno en la tierra; ya he establecido contacto con su barbudo delegado de prensa y según parece, seré un digno redactor para sus fines.
Retornando a Fausto y a su monólogo comparto con él que “Por otra parte, carezco de bienes y caudal, lo mismo que de honores y grandezas mundanas, de suerte que ni un perro quisiera por más tiempo soportar semejante vida”. Cierto es. Mi vida ha dejado de ser soportable e incluso la vida de mi fiel perro ha sufrido un vuelco. Años atrás correteaba alegre y libremente por los campos oteando la mies, olfateando la perdiz y ciscándose donde le venía en gana, cosa imposible en las actuales circunstancias dada mi condición de prisionero ciudadano sin posibles para comprar la libertad y refugiarme a campo abierto.
Perro y amo tienen ahora el semblante torvo, la mirada agreste y el ánimo esquivo. De vez en cuando, ambos se miran en silencio hablándose con los ojos del alma recordando finiquitados tiempos e intentando aspirar lejanas e incorpóreas fragancias de romeros en flor.

Una taza de café da al traste con mis divagaciones acerca de Fausto y las circunstancias adversas que le empujaron a tomar decisiones irrevocables en un principio, pero redentoras al final mediante la intervención divina. Eso según la versión de Goehte, está claro.
No es mi caso a pesar que he tomado la determinación de tirar por un sendero que se abre a caballo entre dos abismos. Mí ánimo no se encuentra predispuesto en el momento presente a contrastar diferencias entre el bien y el mal. Mi cuerpo es el encargado de empujar a mi ánimo y mi cuerpo necesita comer de vez en cuando. Así de fácil.
No existen opciones a la hora de plantearse la supervivencia del cuerpo.
El alma no come pan ni cotiza a la hacienda pública, pero yo como individuo me veo obligado a ello a pesar de mi ascetismo y mi absentismo en ambas acciones.
Por lo tanto y a pesar de mis escrúpulos de conciencia, pactaré con el mismo diablo si hace falta con tal de seguir royendo un hueso en el fondo de mi pestilente trinchera. Es un contrasentido pero me aferro a la vida con la misma ansiedad que aguardo a que la muerte ponga un poco de orden en mi tránsito por este enloquecido planeta, que a su vez será engullido el día menos pensado hasta el fondo de los abismos siderales.
El hombre y la Tierra tienen marcado idéntico fin: La extinción anónima.

La soledad del ser desciende como una losa sobre mi persona y mis sentimientos, produciéndome una sensación de extraña flotabilidad a la vez que desfallecimiento aunque mi abatimiento personal considero que no es más que un sufrimiento meramente individual. Las lágrimas que he vertido y vierto a lo largo de mi vida, tenían y tienen el mismo sabor de las lágrimas de cualquier ser humano. Cuando me llegue la hora, la misma muerte será un acto de extinción anónima en el Universo y aunque las circunstancias de ella sean particularmente dramáticas, mi cadáver después de todo, no destacará de ningún otro.
El hombre y la Tierra son perfectamente prescindibles en el Espacio.


 Decía Valle Inclán que “El periodismo avillana el estilo literario”, afirmación que no impugno aunque lo cierto es que en mi descargo debo admitir que uno vive de vender las intimidades del otro, del marujeo y de las noticias de la prensa vaginal. Y eso es de villanos o así me lo parece. Con estos mimbres no pueden confeccionarse adecuados textos con los que tejer artículos con un mínimo de calidad periodística.
La villanía literaria campa a pleno pulmón en la redacción de   Hábleme. Es como un virus que se contagia a la mínima de cambio. El desmán informativo impera entre los redactores de la oficina siniestra, mientras se cruzan apuestas entre ellos mismos para adivinar cuál será el artículo más cutre que se publicará en la próxima edición.
Clara me pasa un cigarrillo encendido.
-Te invito a comer, papi.
-¿Y eso?
-Me apetece comer contigo a solas.
-Pero tu marido...
Jesús del Rosal está encerrado en su despacho rodeado de montones de folios y carpetas que forman una especie de parapeto sobre su mesa. Tiene la mirada ausente y perdida de los vencidos. Se atrinchera tras cientos de documentos intentando ocultar sus cuernos y también su vergüenza, pero a pesar del camuflaje no deja de ser un cadáver en descomposición que se resiste a ser enterrado.
Clara mira hacia el despacho del subdirector con evidente desprecio.
-Que se joda, él se lo ha buscado. No le soporto por más tiempo.
-Pero estáis casados ¿No?
-Compartimos piso, que no es lo mismo. Cuestión económica y de conveniencia.  
Hoy es viernes, día de cierre. La redacción bulle, enloquece en medio de un maremagno de voces destempladas provocadas por las prisas y el desconcierto por acelerar la entrega de los últimos artículos para ultimar el cierre de la edición.
Un total desmadre impera entre las mesas y las personas. Raquel está consternada puesto que su artículo semanal ha sido rechazado en el último minuto. A la famosa de turno vilipendiada y masacrada por la becaria a través de su artículo, le ha dado por unirse repentinamente al clan de tito Milio y poner de vuelta y media a una putifamosa televisiva. Total, que el vilipendio tiene que ser permutado en panegírico y ensalzamiento de virtudes de la zorra de turno.
Raquel, la que un día quiso convertirse en intrépida reportera gime desconsoladamente buscando una solución inmediata para el problema de transmutación literaria que se le plantea. La metamorfosis de texto no es lo suyo.
-Échame una mano, papi. Yo sabré recompensarte – me suplica llorosa.
Cinco minutos después, Raquel corre hacia el despacho del subdirector con dos folios impregnados de alabanzas dirigidas a la meretriz anteriormente denigrada. La becaria sale del despacho con una sonrisa de oreja a oreja sacudiéndose su pelirroja melena. Me mira insistentemente entornando sus ojos azul celeste.
-¿Cuándo nos lo montamos, tío?
-¿Cómo dices?
-¡Qué cuándo me vas a echar un polvo, joder!
-Piérdete, niña. Date una vuelta por ahí, anda.
Raquel me observa desconcertada. Posiblemente sea la primera vez que alguien rechaza su cuerpo y sus favores otorgados a cambio de algún servicio de índole laboral. Para ella debe ser lo más normal el abrirse de piernas y pagar la ayuda con una sesión de sexo. No lo acaba de entender. Insiste.
-Oye papi, que yo sé agradecer un favor. Por otra parte me gustaría montármelo contigo. Nunca me he tirado a un tío mayor si exceptuamos a tito Milio, claro, aunque él no ha conseguido metérmela puesto que no se le empina. Se conforma con sobarme las tetas, comerme el conejo y con que le haga un francés.
Me encuentro azorado, avergonzado como pudiera estarlo un adolescente en su primera conversación con la prostituta que le ofrece sus servicios de cama.
Raquel intuye mi desbarajuste mental y vuelve a la carga.
-Oye papi, que estoy limpia de SIDA y de toda esa mierda de venéreas ¿eh?
-No es por eso, nena – me disculpo – Es que hoy no estoy para fiestas.
-Pues lo dejamos para otro día. ¿Vale?
-Vale, pero olvídalo. Y no me llames papi.
A pesar que la mesa de Clara se encuentra a diez metros de la mía, la pantera dominante no ha dejado de atisbar su territorio. Felinamente se dirige hacia mi posición lanzando miradas asesinas hacia la sonriente Raquel, que continúa sentada sobre el borde de mi mesa de trabajo con los muslos al aire.
Clara se planta ante Raquel fulminándola con la mirada. La increpa con dureza largándole un zarpazo.
-¿Has acabado de putear por hoy, niña?
-¡Ay hija, cómo te pones! ¡Mira quién fue a hablar!
-Lárgate a tu mesa inmediatamente. ¡Ya! Desaparece de mi vista, pendón.
La pantera está exacerbada. El incitante busto de Clara fluctúa rítmicamente arriba y abajo en un jadeo a todas luces excitante para mi vista. Sin querer, me vienen a la memoria los sonrosados pezones que no llegué a succionar en el transcurso de mi sueño pero que ahora se adivinan abultados y punzantes bajo una blusa transparente.
-¿Te has quedado mudo, papi?
-¡No me llames papi, coño! Tengo un nombre, ¿no?
-Me gusta llamarte así, corazón.
-Pues ya vale.

……………………………………………………..
Obra inscrita con el Asiento Registral nº 16/2003/1751
Registro Territorial de la Propiedad Intelectual de la Comunidad de Madrid
Copyright © 2004 José Luís de Valero.
Todos los derechos reservados.
……………………………………………………..




jueves, 27 de diciembre de 2012

PÁGINAS ENTRE LAS OLAS Y EL VIENTO Capítulo III

CAPÍTULO III

……………………………………………………..
Obra inscrita con el Asiento Registral nº 16/2003/1751
Registro Territorial de la Propiedad Intelectual de la Comunidad de Madrid
Copyright © 2004 José Luís de Valero.
Todos los derechos reservados.
……………………………………………………..


Amanece. El pasar a limpio algunos de mis recuerdos viajeros ha sido como un bálsamo, pero me ha servido de bien poco. No he conseguido limpiar el detritus acumulado en los primeros artículos que he escrito para un nuevo espacio destinado a satisfacer a los amantes del chismorreo patrio. Y sin embargo me consta que en la redacción de Hábleme les encantará contar con mi estilo barrio bajero y soez.
Desconecto el ordenador e intento hacer lo propio con mi mente pero me es imposible lograrlo. La claridad del nuevo día irrumpe en la habitación convertida en un apestoso antro tabaquero. Abro las ventanas dejando que el aire fresco del amanecer purifique el ambiente y también mis sentidos.
Marina ha preparado café y me ofrece una humeante taza. 
-Mírate en el espejo. Harás bien en darte una ducha y dormir unas horas.
Me observo ante la luna del cuarto de baño, viendo ante mí a un desconocido. Nada queda de aquel hombre que un buen día decidió convertirse en escritor intentando volcar en sus textos toda su vocación literaria. Los sueños de integridad profesional se han esfumado en el vacío. Ahora floto en un desierto páramo rodeado de podredumbre editorial en la cual estoy deseando revolcarme para poder comer caliente cada día.
Los cerdos cuando tienen hambre acostumbran a hocicar entre la mierda. Los buitres acuden prestos al olor de la carroña. No han pasado ni cinco días desde mi descomposición, cuando el teléfono despierta de su letargo notificándome una cita con el director de Hábleme. La montaña rusa se ha puesto en marcha y debo subirme a uno de sus vagones. El viaje es gratis y puede que incluso esté bien remunerado.
-Te felicito, José Luís. Debo manifestarte que tanto tu carta de presentación como los artículos que has enviado a la redacción, me han impresionado favorablemente. Tienes un buen estilo y eres mordaz.
Tito Milio me tutea abiertamente mientras me observa a través de una mirada fría e inexpresiva que escudriña mi semblante, intentando captar cualquier indicio o gesto de debilidad por mi parte.
Reconozco ese tipo de observaciones a primera vista. Cuando las alimañas avistan una posible presa, acostumbran a desarrollar un baile en torno a ella esperando el momento más oportuno para hurgar en sus entrañas. No importa si la víctima conserva todavía un hálito de vida. La devoran estando viva.
España siempre fue un país productor de aves rapaces y mamíferos carroñeros y sigue siéndolo. A lo largo y ancho de nuestra península se hallan dispersos y expuestos al sol multitud de semi cadáveres putrefactos. Las calles de nuestras ciudades rebosan de mujeres y hombres dispuestos a todo con tal de sobrevivir un día más. Son cadáveres serviciales, adecuados para el festín de los carroñeros más poderosos.
-¿Te apetece una copa?
A las diez de la mañana mi cuerpo no está para libaciones alcohólicas. Declino amablemente la invitación. Quizá un café.
Hace su aparición en el despacho una secretaria dotada de amplias caderas que mueve acompasadamente, con oficio, sabedora de su poderío. Por un escote de vértigo asoman – más bien se precipitan al vacío – sus prepotentes mamas, altivas, empecinadas y rotundas, como pidiendo guerra.
-¿Azúcar?
-Dos terrones, gracias.
La secretaria abandona el despacho intentando sitiarme con una estudiada mirada y otra no menos provocativa sonrisa. Sus caderas se alejan marcando el paso en un vaivén horizontal izquierda-derecha, excesivo a todas luces. El mareante contoneo desaparece tras la puerta. La taza de café desprende un sutil aroma a Chanel 5 de Coco Chanel.
-Es Clara, una de mis secretarias. Muy eficaz, por cierto.
La redacción de Hábleme se encuentra saturada de mujeres poseedoras de incitantes andares y provocativo gesto. Uno tiene la sensación de encontrase en el interior de un moderno serrallo, a punto de iniciarse la selección de favoritas para el turno de encame con el sultán.
Tito Milio me guiña un ojo exhibiendo por primera vez en su rostro lo que yo interpreto por una cómplice sonrisa. Se sabe importante, solicitado y famoso. Sus escándalos periodísticos y televisivos lo han aupado al primer puesto de la desvergüenza informativa, valiéndose de portadas inmundas con artículos repugnantes y editoriales calenturientas. Es la vergüenza nacional respecto a la llamada “prensa del corazón”. El resto de publicaciones se han puesto de acuerdo para crear un vacío en torno a él y su revista con el propósito de finiquitar su reinado de desmadre periodístico.
-Mucha envidia es lo que hay – apunta tito Milio – Ya va siendo hora de iniciar un contraataque editorial contra toda esa chusma, ¿no te parece?
-Creo que el mejor ataque sería iniciar una defensa coherente relacionada con la Libertad de Expresión – me atrevo a insinuar.
-Exacto. Y tú sabrías cómo desarrollar el tema, supongo. 
-Por supuesto – afirmo categórico – Es más; dado el estado de desprestigio de la revista se la debería reflotar mediante artículos con un contenido digamos, más digno e higiénico, literariamente hablando, claro.
Tito Milio aprieta las mandíbulas. El semblante del pluriempleado director se contrae en una mueca que presagia tormenta. Acaba de recibir una opinión nada favorable por parte de un futuro colaborador que – se supone – tendría que estar lamiéndole el culo, haciéndole la pelota y suplicando por un puesto de trabajo pero ha ocurrido todo lo contrario.
El Tito carraspea nervioso releyendo de nuevo mi carta de presentación.
Parece que no acaba de creérselo. Un don nadie como el que tiene delante no puede permitirse el lujo de criticar el medio al que va a servir y menos en presencia de su editor. Tras mi parida verbal permanezco en silencio a la espera de su reacción. Sonríe cínicamente con suficiencia, como disculpándome por la falta de tacto ante la exposición de mi punto de vista.
-Se nota que eres un novato en el sector periodístico. Deja aparte el contenido y la calidad literaria de nuestra revista, Hábleme es tal y como yo quiero que sea: Un escándalo semanal. Y debe continuar siéndolo, no te equivoques, ¿Vale?
-Entiendo. Yo tan sólo pretendía exponer mi criterio.
-Algo que yo valoro en lo que cabe, pero no te olvides que a las marujas que leen mi revista les importa una mierda el contenido literario de la misma. Leen más a gusto la palabra puta o putón, que prostituta o meretriz, no sé si me entiendes. Al lector español le va la palabra soez y el artículo que describe puntual y groseramente la perversión de los famosos.
Cuando tito Milio se cabrea jadea igual que un berraco cuando la mosca cojonera le está rondando el trasero. Se le calienta la boca. Él mismo es un pozo de inmundicia y degeneración periodística que hace suya y da por válida la frase en la cual se manifiesta que “El fin justifica los medios”. Se revuelve inquieto en su poltrona asestando rítmicamente con su pluma un frenético tamborileo sobre la mesa presidencial mientras se manosea insistentemente la canosa barba. 
-Tú no tienes ni idea de lo ocurre en el gremio, muchacho. Me encuentro rodeado de enemigos por todas partes que quieren mi cabeza a como dé lugar. Es preciso atrincherarse y andar con pies de plomo a la hora de escribir la editorial o un artículo de opinión. Espero que tú interpretes mi intención y la sepas traducir en un texto.
Me imagino por dónde van los tiros. Rascándose la hirsuta barba, tito Milio se inclina sobre la mesa de su despacho mirándome de frente en plan confidencial. Ha leído detenidamente mi carta de presentación y sabe a ciencia cierta que se encuentra frente a un semi cadáver que está a punto de iniciar su descomposición.
Es un depredador nato que huele la debilidad de sus víctimas a kilómetros de distancia y para él mi curriculum significa una clara invitación para la tienta de un ser humano. Juro mentalmente no dejarme avasallar por semejante cretino. Todavía queda un ápice de bravura en mí.
-Todo dependerá de la libertad que usted me otorgue a la hora de escribir en su revista – manifiesto, tomando posiciones e intentando hacerme valer al máximo – Quiero un espacio de libre opinión.
-Cuenta con él y apea el tratamiento. Aquí nos tuteamos todos. Bienvenido a la redacción – responde tito Milio estrechándome la mano – Comienzas ahora mismo. Cerramos la edición dentro de una hora. Tú verás lo que escribes en tu primer artículo.
El tipo va muy aprisa. Con una sonrisa de oreja a oreja se levanta de su butaca presidencial dando por finalizada la conversación. Para él la tienta a terminado. Me considera de su propiedad.
 -No hemos hablado del tema económico – me apresuro a comentar sin levantarme de mi asiento – Quisiera saber lo que voy a percibir por mis colaboraciones semanales.
La sonrisa se borra de su rostro adoptando una actitud de patrón ofendido. Consultando su macizo Rolex de oro – tito Milio siempre hace ostentación del rey de los relojes a todas horas y por cualquier circunstancia – me lanza una mirada desafiante.
-Eso te lo diré dentro de una hora, cuando lea tu primer artículo acerca de la Libertad de Expresión – me responde mascando las palabras – Y no te olvides que el cierre de edición no espera a nadie. Dile a Clara que te preste su ordenador. Tienes cincuenta y cinco minutos para desarrollar el tema y procura hacerlo lo mejor posible. Hay mucha gente joven esperando en la cola para un puesto de trabajo. ¿Entendido?
Asiento con la cabeza mordiéndome los labios. Acabada la tienta, tito Milio inicia una sesión de acoso y derribo para medir la bravura o el sometimiento del futuro mercenario de la pluma. Asociando el tema taurino, le envío un recado a la presidencia.
-Entendido. De todas formas los que aguardan en la cola son novillos.
-¿Acaso tú eres un toro bravo? – me pregunta, irónico.
-Más bien soy un lidiador que ha recibido excesivas cornadas.
-Pues entra a matar de una jodida vez. Recuerda: – me indica, consultando su reloj – Te quedan cincuenta y cinco minutos para convertirte en matador o bien para continuar siendo un subalterno. Tú sabrás lo que te conviene.



La sutil fragancia que desprende el voluptuoso cuerpo de Clara invade las mesas de la redacción, los ordenadores y los sentidos. Sus hechuras morfológicas se desbordan ante mis ojos en un claro intento de provocación manifiesta. Se sabe apetecida por los hombres y envidiada por las mujeres.
Muestra sin pudor su firme e incitante cuerpo a las anhelantes contemplaciones visuales de los redactores que la persiguen con la mirada, cada vez que el poderoso trasero de la secretaria se levanta de la silla. La rotundidad de sus movimientos marcando el paso, semejan a los de una pantera señalando su territorio mediante el acompasado vaivén de unas acometedoras caderas encajadas dentro de una minifalda que deja al descubierto unos muslos demenciales, capaces por sí solos de provocar un colapso cardíaco.
Clara me cede amablemente su puesto frente al ordenador. Me siento observado, acechado en mis movimientos. El equipo de redacción al completo ha hecho un alto en sus labores para fisgonear en mi persona. Los hombres me escudriñan a hurtadillas cuchicheando entre ellos, mientras que las mujeres sin dejar de espiarme, chismorrean al unísono como si se encontraran en una reunión de enajenadas cotorras.
Clara advierte mi inicial desconcierto ante la inspección visual a la que me veo sometido. Se sienta a mi lado envolviéndome en un halo de etéreo efluvio.
-No les prestes la menor atención. Siempre ocurre lo mismo cuando llega uno nuevo a la redacción – me comenta sonriendo – Y en tu caso mucho más, está claro.
Desde luego que está claro. Por edad puedo ser el padre de todos ellos y en algún caso concreto, hasta el abuelo. Me siento como si estuviera en un colegio de secundaria rodeado de pipiolos por todas partes exceptuando a Clara, por supuesto. La secretaria ronda los treinta y cinco años y actúa en calidad de pantera dominante dentro de una jaula plagada de cachorros contagiados por ínfulas periodísticas del peor calibre. La mayoría de redactores son becarios pisa-cadáveres que se devoran entre ellos mismos con el fin de no perder su puesto de trabajo. El ambiente que se masca en la redacción de Hábleme me recuerda el imborrable espacio humorístico titulado “La Oficina Siniestra” que se publicaba hace años en “La Codorniz”, que en gloria esté.
Me desentiendo de los impertinentes fisgones y procedo a vérmelas con el ordenador de Clara que continúa sentada a mi lado en pasiva, a la vez que estudiada actitud. Sus moldeadas piernas ceñidas por unas centelleantes medias de seda, permanecen cruzadas en un pliegue mágico que muestra unos muslos incitantes y predispuestos para ser contemplados en su total desnudez.
Creo que es una exhibicionista contumaz a la que le va la marcha de saberse contemplada y deseada. Posiblemente sea una calienta braguetas que a la hora de la verdad eche los frenos dando marcha atrás, o quizá no, vaya usted a saber. La verdad es que no acabo de centrarme y mientras tanto la pantalla del ordenador permanece en blanco. No puedo negar que la turbadora presencia de Clara rozándose con mi cuerpo y envolviéndome con su perfume, me ha descolocado.
Frente a un problema de difícil solución el ser humano se inclina a hacer lo que hizo Alejandro ante el nudo gordiano: tomar la espada y cortarlo por la mitad, lo cual no deja de ser una manera de resolver momentáneamente el problema, negándolo. Yo tendré que tomar una decisión al respecto mal que me pese. Restan cincuenta minutos para el cierre y a mi derecha se encuentra situado un nudo gordiano con forma de mujer, dos piernas sibilinamente cruzadas, más un busto palpitante y juguetón que pugna por saltar fuera de su reducto de un momento a otro. Es preciso que la visión desaparezca o se aleje momentáneamente.
La misma Clara me da pie para deshacer el nudo sin necesidad de cortarlo.
-Te noto un poco tenso, José Luís. ¿Quieres un cigarrillo?
-Sí, gracias – respondo con un hilo de voz – No acabo de centrarme.
Con estudiado gesto me coloca entre los labios un cigarrillo rubio que ha encendido previamente. Viene impregnado de Chanel 5 y con su marca de carmín en el filtro. Todo un augurio. Así no hay dios que escriba ni una sola línea.
-Que digo yo que será mejor que te des una vuelta por ahí, chata.
-¿Y eso? – inquiere extrañada, con una sonrisa – ¿Te molesto acaso?
-Todo lo contrario. Más bien me deleitas, nena.
-¿Entonces?
-Si por mí fuera en vez de escribir un artículo sobre la Libertad de Expresión me pondría inmediatamente a redactar un informe confidencial acerca de tus maravillosas piernas, no sé si me entiendes corazón.
-Te entiendo perfectamente. En menos de un minuto me has llamado chata, nena y corazón y encima te metes con mis piernas. Un poco fuerte para ser la primera vez que hablamos ¿no te parece?
-Lamento haberte ofendido. No ha sido esa mi intención, pero para escribir necesito un mínimo de concentración y a tu lado no la tengo.
-No me siento ofendida, al contrario – me susurra coqueta al oído – Me agradan tus requiebros, papi.
-En eso tienes razón. Por años casi podría ser tu padre.
-Por suerte para mí, no lo eres. De haber existido esa circunstancia, de buena gana hubiera sido una hija incestuosa.
Las últimas palabras las ha pronunciado lentamente, con voz tenue, sensual, sin dejar de mirarme fijamente dándome a entender que ella es una hembra en celo dispuesta para el apareamiento. Se levanta sonriendo, bajándose la minifalda hasta lo máximo que le permite tan exigua prenda. La observo de arriba abajo recreándome en la suerte. Es bastante alta. Con los tacones de aguja que calza medirá un metro ochenta centímetros que se alzan ante mis ojos, dominándolo todo.
Los pipiolos no pierden ripio de lo que acontece y comienzan los primeros murmullos y las sonrisas cómplices por parte de las becarias.
-Te dejo solo y espero que te centres, papi. Hasta luego.
El nudo gordiano lo he deshecho a medias pero el problema no puedo ni debo ignorarlo. Ya no tengo edad para andarme con escarceos amorosos a la primera de cambio. Aplasto el cigarrillo en el cenicero y me pongo en marcha saboreando con delectación el sabor a carmín que ha quedado en mis labios.   

No he tardado muchos minutos en poner mi firma a pie de página. Clara, acercándose a mi mesa lee el artículo detenidamente.
-Muy bueno lo tuyo, papi.
-¿Te gusta?
-Casi tanto como tú.
-Menos coñas, nena.
-Te lo digo en serio. Cuando lo lea el jefe se va a correr de gusto.
Clara me arrebata el artículo y desaparece corriendo tras la puerta del despacho de tito Milio. Los pipiolos mientras tanto me observan con la boca abierta, incapaces de comprender cómo se puede escribir un artículo en menos de quince minutos y no morir en el intento. Una de las becarias se acerca con cautela a mi mesa intentando establecer contacto.
-Hola, me llamo Raquel.
Otra que tal calza. Me tiende su mano cuajada de estrambóticos anillos.
Podría ser mi nieta.
-José Luís, encantado.
Raquel es la clásica listilla que nunca falta en una redacción. Se mueve como puede hacerlo una ardilla de árbol en árbol en busca de piñones, con la salvedad que en la redacción lo hace de mesa en mesa a la busca y captura de datos que la conduzcan a desarrollar un tema con el que llenar su espacio semanal. No acaba de entender lo mío. Eso de escribir dos páginas de golpe en menos de un cuarto de hora, no lo asimila del todo. Quiere saber cómo me lo monto.
-No existe ningún secreto. Simplemente has de tener muy claras las ideas y seguir la línea informativa que te marque tu editor – intento explicarle – El resto viene rodado, todo es cuestión de práctica.
-En esta redacción la única línea informativa es soltar tacos – afirma categórica – Y cuanto más guarros sean, mucho mejor.   
 Eso es cierto. En la redacción de Hábleme existen auténticos especialistas en el exabrupto gramatical y el desatino informativo. Es incomprensible que una publicación rebozada en mierda pueda salir a la calle y encima venderse. Digo yo que cada lector tiene la revista que se merece, de otra forma no me explico el éxito que tiene el infame semanario entre las marujas hispanas. Posiblemente sea debido a una cuestión de principios en según qué sector de amas de casa españolas, a las que les encanta hurgar entre la mierda a la hora de preparar el cocido. Entre col y col, lechuga.
-No le des más vueltas, Raquel. Si no te gusta escribir guarradas, la única solución es cambiar de editor.
-¿Y a ti te agrada escribir así?
-No. Pero necesito comer cada día. Además, yo no escribo guarradas.
-Entonces lo llevas crudo. No durarás mucho tiempo en la redacción.
Pienso que eso está por ver. Tengo que aferrarme a esta oportunidad laboral con todas mis fuerzas dejando a un lado mis principios literarios, códigos deontológicos y demás zarandajas. Me importa un rábano redactar bellaquerías si por ello percibo lo necesario para vivir aunque sea humildemente. Si pretendo ser honrado conmigo mismo, no significa que por ello se me vaya a otorgar gratuitamente el pan. Así qué, caña al mono que es de goma. Y menos hostias. Vivo en un mundo sin entrañas, rodeado de alimañas, buitres y carroñeros que acechan la menor oportunidad para hincarle a uno el diente.
De reojo observo a Raquel. Un cachorro de loba en ciernes, sin duda. Me sonríe amistosamente mostrando unos carnosos y apetecibles labios tras los cuales vislumbro una deslumbrante dentadura rayando en la perfección. Por sus palabras deduzco la carencia de objetivos profesionales. Según sus propias palabras cuando se decidió a elegir una carrera optó por Ciencias de la Información, de la misma forma que hubiera podido abrazar la secta de los Hare Krishna. Simplemente se dejó llevar por la corriente estudiantil que imperaba en aquellos momentos. Aspiraba a convertirse en una intrépida reportera viajando a través del ancho mundo, pero ahora su máxima aspiración es llegar a fin de mes y que tito Milio le renueve el contrato cada noventa días.
-Eso me obliga a hacer según qué cosas, ya sabes – me comenta por lo bajo.
-No sé a qué cosas te refieres.
-Jó tío, pareces tonto. Pues que de vez en cuando me tengo que abrir de piernas. ¿De qué nube te has caído?
Ciertamente a la becaria debo parecerle un tipo raro. Tras la noticia me he quedado con la boca abierta mirándola, creo, estúpidamente. Raquel echa la cabeza hacia atrás sacudiéndose vigorosamente su melena, rojiza como una llama. No ha cumplido los diecinueve años pero ya sabe lo que es trabajarse al jefe de la manada para continuar mordisqueando unas migajas. Existen muchas lobas famélicas en la redacción de Hábleme dispuestas a lo que haga falta con tal de no perecer o verse desplazadas del clan. Ahora entiendo lo que significa tanto escote, tanta minifalda y tanto culo en perpetuo movimiento alrededor de las mesas.
-Y a Clara no la pierdas de vista, que esa es la favorita. Conozco el percal y creo que le gustas y que va a por ti. Ándate con ojo que es una mala pécora y con tal de echarte un polvo es muy capaz de meterte en un compromiso.
-Descuida. No estoy por la labor.
Raquel se aleja precipitadamente de mi mesa al ver que Clara sale del despacho de tito Milio colocándose uno de los tirantes del sujetador, que por lo visto se ha visto desplazado de su lugar habitual por alguna ignorada circunstancia.
-Felicidades, papi. El jefe está que salta de alegría con tu artículo.
-¿Y se ha corrido?
-¿Cómo dices?
-Tú misma me has dicho antes que se iba a correr cuando lo leyera.
Tan sólo es un gesto, pero Clara se lleva repentinamente su mano a la boca como intentando limpiar algún rastro. Me mira con semblante esquivo.
-¿Te importa mucho ese detalle?
-En absoluto. Me importa un carajo si se ha corrido o no.
-Me ha dicho que pases a su despacho. Quiere hablar contigo.
Se queda en silencio, con la mirada perdida en la pantalla del ordenador.
Ahora soy yo quien le ofrece un cigarrillo encendido que ella acepta sin apartar la vista de la pantalla. Suspira profundamente antes de hablar.
-¿Cómo has podido darte cuenta?
-¿Cuenta de qué?
-¡Vamos José Luís! No me lo pongas más difícil todavía. Sabes de sobra a lo que me refiero – murmura entrecortadamente, bajando la vista 
-Te ruego que no hagas más comentarios al respecto – balbucea nerviosa – pero tengo que pasar por el aro. Algún día sabrás los motivos.
-No tienes que darme explicaciones. Yo también intento sobrevivir.
Nos miramos en silencio. Contemplo a una Clara desconocida. Su mirada es profunda, casi suplicante, nada parecida a la que me envolvió cuando me sirvió un café en el despacho de tito Milio. Sus ojos brillan intensamente, se humedecen hasta que se impregnan con dos lágrimas que después de resbalar por las mejillas se precipitan al vacío refugiándose en su seno.
Mentalmente maldigo al crápula, me cago en su puta madre y en todos sus muertos. No soporto ver llorar a una mujer. Es algo superior a mí.
Clara observa con insistencia la puerta que da acceso al despacho del tito. Me habla con un hilo de voz.
-No te retrases. A él no le gusta que le hagan esperar.

……………………………………………………..
Obra inscrita con el Asiento Registral nº 16/2003/1751
Registro Territorial de la Propiedad Intelectual de la Comunidad de Madrid
Copyright © 2004 José Luís de Valero.
Todos los derechos reservados.
……………………………………………………..






 

viernes, 21 de diciembre de 2012

PÁGINAS ENTRE LAS OLAS Y EL VIENTO. Capítulo II

……………………………………………………..
Obra inscrita con el Asiento Registral nº 16/2003/1751
Registro Territorial de la Propiedad Intelectual de la Comunidad de Madrid
Copyright © 2004 José Luís de Valero.
Todos los derechos reservados.
……………………………………………………..




Han pasado los años y hoy observo desde mi ventana las nuevas generaciones de gorriones, gordos, saltarines y de brillante plumaje entonando trinos en animados coloquios, revoloteando entre las plantas, sacudiéndose las plumas y afilándose repetidamente el pico en los alambres de la verja. Me pregunto que si con tanto ajetreo y tanto ir de acá para allá, son felices.
La verdad es que no lo sé ni creo que nadie pueda aseverarlo en ningún sentido, aunque auditivamente se evalúa que en sus trinos no existen escalas de sonidos lúgubres y sí registros de alegres notas musicales expresadas con un increíble virtuosismo interpretativo. Lo cierto es que desde que llegó la democracia se les ve más alegres y ya no se atizan entre ellos para trincar unas migajas de pan.
Los envidio. Esos pájaros que revolotean jugando al escondite entre las rosas y los geranios, para mí significan el máximo exponente de la libertad en la tierra. Vuelan sin cortapisas ignorando la ley de la gravedad que a nosotros los humanos, nos esclaviza al suelo desde el primer pálpito de vida.
Antes del alumbramiento nuestro cuerpo flota ingrávido en el vacío amniótico. Cuando nacemos perdemos la ingravidez y quedamos imantados a la tierra. Tan sólo podremos recuperar la libertad cuando lleguemos al final del sendero que desemboca en la muerte física y nuestro espíritu se libere de su soporte. Sólo entonces podremos saborear lo que significa la genuina esencia de la libertad. Seremos pájaros energéticos que no precisarán de alas para remontar el vuelo hacia otra dimensión desconocida.

-La sopa se te ha quedado fría.
-No importa. Tampoco tengo muchas ganas de comer.
-Para ti haces, pero así no irás a ninguna parte.
-Tampoco tengo muchos sitios donde ir.
-Lo que tú digas. Anda, pásame el pan y cambia de cara, José Luís.

Los ojos de Marina lo expresan todo. Me sumerjo en ellos viendo reflejada su vida y parte de la mía propia. Su mirada es limpia, serena, transparente. Me observa a hurtadillas cucharada va, cucharada viene. De vez en cuando sus pupilas todavía emiten destellos de una energía interior que yo ya no poseo. Me valgo de la fuerza que desprende su mirada para continuar viviendo en este planeta de locos. Si por mí fuera haría tiempo que me habría apeado en marcha.

-¿Cómo llevas el libro?
- Igual que ayer. Estoy atascado.
-Tranquilo, que todo pasa. Tú sigue escribiendo.
-No sé para qué. No conozco a nadie del mundillo editorial.
-Eso es lo de menos. Ya saldrá algo, digo yo. A mí me gusta como escribes. 

Marina me empuja, me anima para que no decaiga en mi diaria labor de aporrear el teclado del ordenador, pero hace días que me encuentro inmerso en una profunda obstrucción anímica y mental. Fumo un cigarrillo tras otro observando estúpidamente la pantalla en blanco del ordenador, siendo incapaz de hilvanar un párrafo con el mínimo sentido literario. He perdido la fluidez narrativa y me encuentro embotellado en medio de una situación insostenible.
Quizá si durmiese un par de horas, posteriormente acudirían las musas y podría escribir cuatro o cinco páginas antes de la hora de la cena.
-¿Quieres café?
-No. Creo que me voy a tumbar un rato.

El sueño es un ensayo general para la muerte. Últimamente al despertar me pregunto los motivos o los pretextos que puedo tener para continuar vivo. Abro los ojos y me encuentro con la visión del mismo sol, de la misma habitación y de los mismos objetos que a diario me rodean, mudos e insensibles. Están ahí para recordarme que prosigo encadenado a un planeta que se rige por una ley tridimensional, mediante la cual me he convertido en su prisionero desde el mismo instante de mi nacimiento hasta el fin de mi existencia terrena.

El ensayo general prosigue cada tarde, cada noche. Me despierto y vuelta a empezar.
-¿Ha llamado alguien?
Marina niega con la cabeza. El maldito teléfono continúa mudo e indiferente a los males que me aquejan. En el siglo de las comunicaciones me encuentro más incomunicado que nunca. Solamente me llaman los banqueros reclamando el botín de sus intereses y la liquidación de mis saldos en rojo. Lo llevan claro.
Hace tiempo un director bancario me comentó una máxima financiera en la cual se especifica que “un hombre vale por lo que debe, no por lo que tiene”. Según eso yo debo valer mi peso en oro, pero dudo mucho que los prestamistas-usureros legalizados puedan recuperar su capital en los próximos años. Desde luego que no, si las cosas me continúan marchando de la misma forma.
 
Hace años que me encuentro en déficit, no sólo con los bancos sino con mi propia vida. Arrastro una pesada deuda, la verdad sea dicha y continúo dudando que la solución de mis problemas estribe en juntar palabras, formar frases y cerrar párrafos. Estructurar un libro requiere escuela, formación literaria y un sinfín de cualidades y facultades que yo no poseo. Eso me consta. Escribir honradamente significa el compromiso con uno mismo y con el código deontológico que cada escritor quiera determinar para su léxico a la hora de encabezar un folio.

Yo no sé escribir con las manos. Dejo que mi corazón presione y bascule sobre los sentimientos, obligando a mis circuitos cerebrales a traducir en signos gráficos el resultado de la tensión y de mi vaivén emocional. Cada palabra escrita significa un logro, cada frase una ínfima victoria y cada párrafo un mínimo triunfo sobre mi propia ignorancia. El conjunto sin embargo tiene un elevado precio. Simboliza una constante sangría anímica y un colapso mental, transitorio a veces o sempiterno otras. La honradez literaria exige ese tributo siendo fruto codiciado por los escritores tahúres, mercenarios de la pluma y gentes de variopinto pelaje editorial. Escribir honradamente para uno mismo significa admitir el hecho de que sus escritos jamás verán la luz en la Cuesta de Moyano.

-Ya llamarán, no te preocupes. Tómate el café y la pastilla. Y fuma menos, que tienes la casa que apesta de tanto humo.
-Es el único vicio que tengo.
-Pues ya puedes ir quitándote de él. El tabaco ha subido una barbaridad y no estamos para gastos.

La luz solar se filtra a través de las cortinas, mientras el azulado humo del cigarrillo asciende entretejiendo una amalgama de formas cambiantes que se disuelven al ser traspasadas por los rayos del sol. Dinero convertido en humo, disuelto en el vacío igual que mi propia existencia.
Tengo que cambiar de chip. He de recordarme una vez más que yo no soy escritor, que tan sólo soy un ensamblador de recuerdos y sentimientos traducidos a palabras. Un traductor sui géneris que intenta ganarse la vida como Dios le da a entender. Y de la pluma no se vive, es más, se malvive puesto que siempre se está pendiente de la llamada telefónica o de la redentora carta que te confirme la aceptación de cualquiera de los innumerables escritos repartidos por las distintas editoriales. La espera es interminable, agónica y perdurable. Amén. Según dicen los entendidos en lides editoriales cada español tiene en el cajón un libro a medio escribir. Yo debo ser una excepción.

En el interior de mi cubículo, cuchitril o albergue de mi persona y de mis sentimientos, reposan en el sueño de los justos cientos de folios escritos en pretéritos tiempos. Tras largo parto literario aguardan resignada e inútilmente la hora de su alumbramiento editorial. De vez en cuando aireo y releo las amarillentas páginas aureoladas por la pátina del tiempo.
Mis páginas y yo somos como viejos amigos que se encuentran de año en año y lo primero que hacen es interesarse por sus respectivos estados de salud. En mi caso la respuesta es siempre la misma. Yo envejezco a ojos vista y sin embargo observo con sorpresa que mis amarillentas páginas conservan en su interior todo el atrevimiento y el brío de la juventud. A la sazón eran otros tiempos, sin duda. Hoy en día el guiso literario de mis pensamientos se almacena en el disco duro de un ordenador. El trasto de marras podrá ser más práctico, pero no posee ni guarda el calor que conservan en su interior mis ambarinas páginas escritas a pluma en pasadas décadas.

He de reconocer que no puedo auto definirme como un profesional de la pluma. Ni tan siquiera me doctoré aquí en España, en lo que ayer se denominaba Periodismo y ahora Ciencias de la Información. Confieso sin rubor no tener ni la más remota idea del procedimiento adecuado para estructurar un libro y en mi ignorancia, creo que el pensamiento pasa directamente del cerebro a mis manos y de ellas al teclado. Después tengo que vérmelas con el ordenador y la cosa se calienta. Me gusta amasar letras, entretejer palabras, fundir frases y hornear conceptos y eso tan sólo lo consigo con la pluma y ante la inmaculada blancura de un folio. El teclado lo utilizo para pasar a limpio lo ya horneado y descargar en cada tecla mi mala leche al comprobar que podría haber sacado del horno un guiso más apetecible.

La espera prosigue mientras observo ensimismado el inerte teléfono. De buena gana lo lanzaría por la ventana para que los pájaros pudieran ciscarse sobre él. Odio el maldito y solapado instrumento. Hace días que no salgo ni a la puerta de la calle, siempre pendiente de la llamada redentora que me proporcione un trabajo liberándome de la condena al ostracismo que arrastro desde hace años. La anhelante situación de expectación me ha convertido en un forzado recluso condenado a efectuar una perenne guardia telefónica.
Quizá me encuentre expiando pasados errores y haya llegado la hora de ajustar las cuentas con mi balanza de pagos. Me digo que la vida al igual que los banqueros, siempre pasa factura cuando menos fuerza o efectivo tiene uno para hacer frente al pago. Intento dejar de lado el pasado haciendo borrón y cuenta nueva en el presente, pero la tensa espera es un tormento añadido que viene a unirse a la mortificación que siento en mis entrañas al considerarme poco menos que un ser inútil, carente de medios económicos para reflotar mi vida o lo que reste de ella.


Noto como mis articulaciones crujen quejándose de la inmovilidad casi permanente a que las tengo sometidas. De vez en cuando dejo de escribir y me despego de la mesa intentando recuperar mi forma física, perdida a lo largo de tantos meses de inactividad. A fin de paliar la situación, camino arriba y abajo por el pasillo en un paseo que me lleva desde la sala de estar hasta el dormitorio. Total, quince pasos de ida y otros tantos de vuelta. Así, varias veces al día.
Mi circuito de entrenamiento me lleva veinte escalones abajo, hasta la bodega situada en los sótanos del antiguo edificio donde vivimos Marina y yo desde hace más de treinta años. La subida por los viejos peldaños de piedra es agotadora. Resoplo como un búfalo. Creo que debería dejar de fumar, pero por otra parte pienso que el pequeño placer que me otorga el primer cigarrillo matutino mientras saboreo una humeante taza de café negro, es como un rito iniciático antes de tomar la pluma y comenzar a desgranar los sentimientos que anidan en mi espíritu.

-Lo que debes hacer es salir a pasear por la calle de vez en cuando. Pareces un lobo enjaulado, válgame Dios.

Marina tiene mucha paciencia conmigo. Observa mis idas y venidas sin dejar de darle a la plancha. No sé cómo explicarle que la calle ya no es mi mundo, que ya no me encuentro satisfecho entre la gente; que cuando paseo no ando, que más bien deambulo sin rumbo fijo esquivando a las personas que se cruzan en mi camino. Me encuentro más a gusto en mi fortín, rodeado de viejos libros y amarillentos papeles que releo en aislada comunión conmigo mismo. Mi mundo es un compendio de viejas y nuevas páginas, que son las que dan razón de ser a mi vida.

Escribir para mí mismo e intentar hacerlo con un mínimo de honestidad, es como graparme el alma folio a folio rotulando en cursiva los monólogos interiores que hayan podido ocurrírseme a lo largo de una efímera existencia. Cuando uno se pone a escribir para sí, ha de renunciar a canonjías literarias pensando simplemente en quedar bien ante uno mismo. Sabes de antemano que posiblemente nadie leerá lo que estas escribiendo y por lo tanto, que ningún crítico literario del tres al cuarto hurgará entre las páginas de tu parida mental buscando cualquier pretexto para defenestrarte, abortando con ello tu proyecto literario.

El mejor crítico de una obra es el propio escritor que la escribe, sin duda. Intuye perfectamente si ha escrito la verdad y lo correcto exponiendo su alma al sol, o si su redacción va de cara a la galería pensando exclusivamente en el beneplácito económico del editor, que a la postre será quien le dará unas monedas a cambio de una parte de su espíritu impreso. No es mi caso. Me importa bien poco el editor o lo que pueda opinar de mi obra. Lo único que deseo es vaciarme emocionalmente. Yo soy mi propio juez y verdugo. Me he condenado desde el primer instante que tomé la pluma para redactar una fracción de mi vida.

-Creo que voy a enviar mi currículum al director de Hábleme.
Marina deja de planchar, mirándome asombrada.
-¿Estás loco? ¡Si ese tío es un mafioso!
-Y a mí que más me da. La cuestión es conseguir algún trabajo. Así no podemos continuar por más tiempo.
-No te compliques la vida con esa gente. Hábleme es una publicación de lo más vil. Incluso el resto de las editoriales le están haciendo el boicot.
-Precisamente por eso. Alguien tendrá que romper el cerco escribiendo con un mínimo de cordura y dignidad.
-Y ese alguien vas a ser tú, ¿no? ¡Vamos hombre!

Repaso los últimos números de la revista y compruebo que verdaderamente la publicación es un bodrio oportunista sin pies ni cabeza. Leyendo cualquiera de sus editoriales se aprecia la catadura profesional y moral de su editor-director. Prensa rosa amarillenta con leves pinceladas de rojo sangre. Toda una miscelánea de colores que no deben figurar en una publicación semanal con un mínimo de vergüenza.

-Además, si escribes en Hábleme, tú solo te cerrarás las puertas a cualquier otra editorial. Piénsalo dos veces antes de tomar una determinación
Marina intenta convencerme. No quiere que me degrade.
-¿Acaso al día de hoy tengo alguna puerta abierta? Estoy sin trabajo y a mí no me conoce ni dios. No tengo nada que perder. Por otra parte si me eligen pienso firmar con seudónimo. Prepárame una buena taza de café negro, por favor.

Cuando cae la noche acostumbro a encerrarme en mi cubil a salvo de ruidos molestos y voces o músicas intempestivas que me distraigan. Paladeo con delectación un café caliente y en alguna que otra ocasión enciendo un puro obsequio de algún amigo o bien, chupo una de las innumerables colillas que conservo como oro en paño en una vieja caja de madera que perteneció a mi padre. Después tomo la pluma y me sumerjo en mi mundo dejando que me rodee el silencio.
Esta noche tendré que hilar fino. Deberé intentar por todos los medios redactar una carta atípica puesto que va dirigida a un espécimen de persona un tanto característico. Sus escándalos profesionales tanto en el terreno de la abogacía como en el plano editorial han salpicado las páginas de todas las publicaciones y espacios televisivos concernientes a la prensa rosa.
El tito Milio como yo le llamo, es un auténtico crápula literario.

En el directorio de su revista figura su nombre a modo de infatigable trabajador ocupando multitudinarios cargos en la junta de su publicación semanal. Es editor, presidente, consejero delegado, director de publicaciones y director. Todo en una pieza aunque lo cierto es que casi nunca pisa la redacción. Sus recorridos por los pasillos de los juzgados acogiendo querellas y defendiendo causas imposibles absorben todo su tiempo. Es todo un ejemplar, rara avis, del tragicómico panorama existente en el actual mundillo de la prensa llamada “del corazón”.
Banal e insustancial acepción por cierto, tratándose como se trata de un género y noticias folletinescas sin la menor trascendencia humana ni el más leve sentido del ridículo. Un mundo aparte compuesto de chismes, dimes y diretes sólo apto para marujas, marujones y gentes de singular pelaje adictas al cañutazo impreso. A pesar de ello toda esa clase de prensa mueve millones.

-No te veo escribiendo para ese género de lectores, la verdad.
-A todo se acostumbra uno.
-Eso es periodismo de tercera división.
-Nunca estuve ni en primera, a qué engañarnos.
-Pero en Sudamérica no te fue tan mal. Eras un ídolo.
-Ha llovido desde entonces, no me fastidies Marina.
-Como quieras, tú decides pero no te acuestes muy tarde. Buenas noches.

Marina me deja a solas con mis temores. Abro la ventana para que la brisa nocturna dulcifique mis pensamientos y es entonces cuando me conecto a Bach dejando que su música me invada los sentidos e irrumpiendo en mis abstracciones, se funda con mi espíritu logrando de tal modo que mi alma se eleve hasta el séptimo cielo. Cuando se produce ese estado anímico floto en el éter y junto a mis páginas amarillentas y caducas por el correr del tiempo, navego asido a ellas hacia otros soles fuera de nuestra galaxia, más allá de las estrellas, del espacio y del tiempo, fundiéndome con el Universo. Al fin y al cabo, me digo, todo es un sueño y gracias a ellos vivo, eso es lo cierto.

Cuando era un niño mi tía Reme me asomaba a la ventana en las noches estrelladas y me indicaba un punto de luz en el firmamento.
-¿Ves aquella que parpadea? Pues aquella es tu estrella.
-¿Y la estrella de mi madre, dónde está?
-Junto a la tuya, cariño mío.

Después me metía en la cama y me arropaba contándome historias de las hadas y elfos que habitaban en aquellas dos estrellas tan lejanas en la distancia y tan próximas a mis sueños. Alguna que otra vez me hacía el dormido y entonces tía Reme interrumpía la narración suspirando profundamente. Siempre me intrigó el oírla decir: ¡Ay Señor, Señor, qué penita de niño!.

Lejos quedan los tiempos de mi niñez. También desde esta misma ventana veía un incesante desfile de gentes que llegaban a Madrid, surgiendo de la estación de Atocha como demacrados fantasmas asomándose a un abismo. Y pienso que Madrid todavía continúa siendo como un abismo, como el rompeolas de todas las Españas, de las Américas, de la Europa del Este, de Asia y hasta de Oceanía.
Madrid es un gran colador de ancha malla en el que entran por las buenas o se cuelan por las malas variopintos personajes de diferente raza y condición, consiguiendo con su presencia que la ciudad se haya desmadrado o salido de cauce y parezca una Torre de Babel o una nueva Babilonia en constante expansión.
Los que ahora llegan son las nuevas avanzadillas del Tercer Mundo pero éstas no vienen como antaño tras nuestra Guerra Civil, lo hicieron los desertores del arado en busca de trabajo en la gran urbe. Hoy en día no arriban con la boina calada hasta las orejas, ni con pollos camuflados en cestas de mimbre, ni se apean en Atocha pero de igual forma aterrizan en Barajas con pasaje turístico, se cuelan por las fronteras pirenaicas o cruzan el Estrecho jugándose la vida huyendo de la miseria, del hambre y la guerra.
Cuando llegan no tardan en comprobar que Madrid tanto otorga como quita. Comprueban en sus carnes que esta Villa acoge y rechaza, te encumbra o te estrella, da la vida y la quita. Quizá los recién llegados ignoren que Madrid es un ser vivo, posiblemente mujer como aquellas de rompe y rasga y clavel reventón que se liaron a hostias con los húsares de Napoleón, o las otras, aquellas que vistiendo un mono azul y empuñando un Máuser plantaron cara a las tropas de Franco e hicieron suya la consigna, No Pasarán.
Está visto que los inmigrantes ignoran nuestra historia y por eso la mayoría de ellos al principio no entiende nuestro carácter, impulsivo algunas veces extremista y peleón las otras.
Los que pueden y les dejan, pasan y se quedan aposentándose en el rompeolas madrileño observando temerosos la marejada que se les viene encima. Y no es para menos. Vienen de otras latitudes, de otros climas, con otras costumbres pero a pesar de su escaso equipaje todos ellos llegan cargados de dudas y problemas por resolver.
Exactamente igual que en la posguerra lo hicieron los de la boina y los pollos, con la diferencia que los de ahora a nuestra tierra algunos la llaman la Madre Patria y los de antes ni tenían patria, y muchos de ellos, ni madre.
Los que recalan en Madrid pronto se dan cuenta que la Villa y Corte es una especie de imán que más que atraer atrapa a todo cristo inmovilizándole, haciéndole suyo para los restos. Es parte del peaje que Madrid reclama a los que arriban a su vera en busca de pan y trabajo. Esta ciudad siempre cobra tributo a los que como yo, decidieron echar raíces y abonar con sus huesos la tierra que no les vio nacer.     


Me sitúo frente al ordenador tomando posiciones. Ojeo las páginas del último número de Hábleme y me lanzo al ataque. Voy a demostrarle a ese tarambana de director cómo se escribe atacando al enemigo pero sin faltarle al honor. La libertad de expresión no debe confundirse con el libertinaje y la inmundicia informativa. Tengo que poner una pica en Flandes con el máximo de caballerosidad posible. El Quijote cabalga de nuevo.

Cuando comienzo un guiso literario acostumbro a seleccionar los temas a modo de productos culinarios que luego desmenuzo, entremezclo y trituro en la batidora de mi cerebro. Es por definirlo de algún modo, el sofrito con el cual intento dar sabor a un plato que tendrá que ser degustado por paladares más o menos exigentes.
En el caso que me ocupa, a la hora de condimentar el mejunje no deberé esforzarme en demasía. Los habituales lectores de Hábleme no son precisamente gourmets literarios provistos de exquisito paladar y madurez intelectual. Sus gustos fluctúan desde el artículo licencioso hasta el género panfletario corrupto, rozando el filo del libelo y regodeándose con la difamación más aberrante. El disoluto editor-director de la revista a la cual intento acceder para conseguir un puesto de trabajo, según precisos informes subsiste mediante la acumulación de pruebas audiovisuales que son el soporte legal de la noticia.
Pruebas e investigaciones que atesora en cajas de seguridad, valiéndose de su contenido para practicar el chantaje informativo. Eso al menos es lo que se comenta en círculos y asociaciones de Prensa.

Amanece. Después de una sesión de cocina literaria como la de esta noche me siento agotado, exhausto, sucio. Creo que he llegado a lo más bajo que puede llegar un escritor. Es tanta la necesidad que tengo de conseguir un trabajo para poder seguir en pie, que no me ha importado vender mi alma a un diablo pervertido envuelto en una toga y adornado con múltiples distintivos editoriales.
Repaso mi carta de presentación y el resto de artículos que conforman mi solicitud de empleo. Cierro los ojos. Acabo de leer mi acta de capitulación ante el enemigo. He perdido. Me estoy vendiendo como un mercenario y sin proponérmelo he rendido la plaza de mi propia estima ante un adversario que me supera en poder aunque no en dignidad. Falso. Rectifico y puntualizo: Cuando yo firme esta carta y los artículos que la acompañan mi dignidad habrá dejado de existir.

Firmar una carta o un artículo es lo más parecido a sellar un compromiso de por vida. El hecho de estampar la firma a pie de página, significa una responsabilidad que adquiere de buen grado quien se identifica plenamente con lo que ha escrito. Ejecutar lo contrario es una insensatez. Si yo no estoy conforme con lo que he escrito, tan sólo me asisten dos opciones: Papelera o permutación de texto. Una firma compromete, te muestra ante el lector tal cual eres o lo que aparentas ser.
Visto el cariz de la revista a la cual dirijo mi petición de trabajo, me invento un nuevo espacio que me sirva de vertedero para volcar inmundicia informativa y escribo varios artículos redactando textos de corte vomitivo.
Voy y firmo. El verdugo rubrica su propia sentencia. El patíbulo aguarda. He ascendido al cadalso y ofrezco mi cuello al tajo del verdugo. De ahora en adelante nada volverá a ser igual. He mancillado mi pensamiento convirtiéndome en un mercenario de la pluma. Si alguna vez aspiré a reconciliarme conmigo mismo, cuando firmo los artículos de opinión destinados a la inmunda revista de tito Milio no puedo por menos que despreciarme profundamente al distanciarme de mi proyecto literario.
Al firmar he sellado un pacto con lo que más odio; la corrupción intelectual, el libertinaje informativo y el desenfreno gramatical, campan a sus anchas por mi abotargado cerebro en una aberrante danza demoníaca.
Me lanzo al vacío sin paracaídas creyendo que alguien me parará el golpe, pero estoy equivocado. Nadie acudirá en mi ayuda ni amortiguará la caída cuando se produzca el batacazo. De ahora en adelante seré un kamikaze.
Repaso las viejas y amarillentas páginas de mi cuaderno de viaje escritas a mano en remotos tiempos y se me enturbian los ojos. Quizá ahora sí puedan ver la luz, aunque sean publicadas en la sección de viajes de una revista infame.
Hablo con ellas en un susurro. Intento disculparme. 
-Lo siento amigas mías pero tengo que comer; es preciso que seáis editadas. Hubiera deseado otro marco para vuestra puesta de largo, pero me temo que no va a ser posible. Veréis la luz en un burdel. 

……………………………………………………..
Obra inscrita con el Asiento Registral nº 16/2003/1751
Registro Territorial de la Propiedad Intelectual de la Comunidad de Madrid
Copyright © 2004 José Luís de Valero.
Todos los derechos reservados.
……………………………………………………..