CAPÍTULO IV
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Obra inscrita con el Asiento Registral nº 16/2003/1751
Registro Territorial de la Propiedad Intelectual de la Comunidad
de Madrid
Copyright © 2004 José Luís de Valero.
Todos los derechos reservados.
Puede que con
el tiempo el periodismo libre su última batalla y acabe siendo vencido por los
bárbaros, transmutándose en una profesión de usar y tirar y por lo tanto
perfectamente prescindible. Temo que vaya a ocurrir semejante hecatombe incluso
intuyo que existen ciertas probabilidades de que tal hecho se produzca a corto
plazo. Lo cabal sería que el director que se encuentre al frente de una
desprestigiada publicación, corrigiera errores. Si por el contrario enfatiza
las múltiples querencias que imperan hoy en día en la prensa escrita, el
descalabro está servido. La constante frivolidad informativa, el tenaz rastreo
inconsecuente a la busca y captura de argumentaciones literarias con la que
confeccionar un artículo más o menos fascinante pero rara o escasamente verificado, la publicación de una noticia-desmadre carente incluso de bases
legales para ser publicada – todo ello - reúne los suficientes argumentos para
provocar el fin de un medio.
Los dirigentes y
responsables de los distintos medios de comunicación deberían ser expertos
profesionales y no simples directivos de empresa. De lo contrario creo que el
periodismo tal y como lo conocemos hoy en día, acabará por desaparecer de la
faz de la tierra engullido por su propia voracidad y la incompetencia
profesional. Cierto que hoy en día el ser periodista y desenvolverse como tal
significa estar inmerso en un mundo de locos. Ejercer dicha profesión conlleva
la acción de escribir para una publicación efímera que a su vez devora la
propia noticia a la puesta de sol del mismo día en que nace, lo que no deja de
ser un acto canibalesco. El periodista-escritor o viceversa se convierte a
diario en depredador de su propia obra.
El escritor sin
embargo es un agricultor de las palabras que ha sembrado. Aguarda pacientemente
a que germinen en una tierra pisoteada por íncubos orlados con falsas vitolas y
prebendas adquiridas a golpe de talonario o reconocido amiguismo. Lo más
probable será que la siembra del anónimo escritor-agricultor de palabras sea
destrozada por el pedrisco comercial y de marketing que azota estos tiempos,
preñados de consumidores adoradores de marcas y de nombres publicitariamente
consagrados.
Desde
las profundidades del averno el
ser humano no abdica. Se revela
contra su destino en un combate desigual contra fuerzas superiores. Ese al
menos ha sido mi cometido desde que tengo uso de razón. Y continúa siéndolo.
Me
encuentro situado en el epicentro del infierno informativo, sentado frente a
uno de los innumerables íncubos que florecen cual flores entre el estiércol.
Estoy de mierda hasta las cejas pero todavía no me revuelco en ella a pesar que
tito Milio me lo está
poniendo fácil.
-Magnífico
José Luís, magnífico – sonríe exultante, releyendo mi artículo – Es justo lo
que yo quiero para la revista aunque en su conjunto, quizá has confeccionado un
texto excesivamente técnico ¿No te parece?
-Cuando
planifico un argumento intento que su interpretación sea accesible a toda clase
de lectores – puntualizo – Si lo que deseamos es atacar a la vez que nos
defendemos, sería conveniente que todos los que compran Hábleme se dieran cuenta de que aquí trabajamos con un mínimo de
calidad literaria.
-¡No me
vengas con hostias, coño y déjate de literaturas! – vocifera – A ver si te
enteras de una puñetera vez: Mi revista la compra la gente de clase media y
baja, que son los más. A la
gente culta y a los de muy arriba les pueden dar mucho por el culo. A esos ni
agua ¿Estamos?
En valores
absolutos la dictadura y la desvergüenza característica de un autócrata, es
tanto mayor cuanto más grande es su mala conciencia y mala leche como
dirigente. Tito Milio es el máximo exponente de la autocracia y hediondez profesional
tanto en el sector periodístico como en el de la abogacía.
El mentecato
barbudo me ruge al oído consignas editoriales de nuevo cuño mientras intenta
convencerse a sí mismo de la proyección internacional que en breve y según
afirma, tendrá la revista Hábleme.
-Por si no lo
sabes, dentro de un mes esta publicación se venderá en Estados Unidos para que
todas las putas negras y blancas de habla hispana puedan cotillear en la vida
de las putifamosas españolas – aúlla, recorriendo el despacho a enormes
zancadas – Y para esa labor como tú comprenderás no necesito contratar a un
erudito en literatura, así que menos hostias y cíñete a mi patrón de trabajo.
Lenguaje vulgar para gentuza vulgar. Eso es todo.
Uno tiene
que haber caído muy bajo o estar herido en lo más hondo, para descubrir la
fuerza que le ayudará a remontarse. En mi caso, el ímpetu necesario para el
remonte me lo otorga el propio enemigo al que me enfrento. Al igual que en una
corrida de toros, aprovecharé el impulso del cornúpeta para hacer una buena
faena. Quizá con un poco de suerte logre cortar orejas pero me consta que será
una labor ardua, complicada y sobre todo peligrosa.
El morlaco
carece de casta aunque sé de buena fuente que se ha echado a los lomos a más de
un buen espada empitonándolo a traición. Permanezco en silencio esperando a que
el tito se desbrave por completo. El
bicho ha irrumpido por la puerta de toriles rezumando baba por la boca pero ha
salido suelto, coceando y a su aire sin derrotar en tablas, lo que me da
entender que me las tendré que ver con un manso resabiado que dicho sea
de paso son los más peligrosos y difíciles de lidiar.
En la primera
suerte le ofrezco el capote y entra al trapo.
-No te
preocupes que escribiré como tú quieras – le tranquilizo – Es más; necesito que
me asesores sobre el particular ya que como sabes hace muchos años que no
trabajo para una publicación y no estoy al corriente de los entresijos
editoriales. Estando a tu lado espero aprender algo al respecto.
Fijo al toro.
Tito Milio se ha detenido en su deambular por el
amplio albero de su despacho contemplándome con suficiente sonrisa. Se aposenta
majestuoso en su trono presidencial forrado de negra piel.
-Así me gusta
hombre, así me gusta, que me entiendas a la primera. ¿Tomamos ahora una copa?
Una de dos: o
soy un lidiador nato o el peligroso rumiante que tengo delante se ha convertido
de repente en un cabestro robaperas incapaz de intuir el momento en que le
están haciendo la cama. Me inclino por lo segundo, puesto que entre mis hábitos
y costumbres no figura dominar el arte de Cúchares ni la técnica del peloteo.
-Sin hielo,
por favor.
Clara se
inclina ante mí mientras me sirve un Chivas, descubriendo ante mis ojos el
principio y el fin de su seno. Se encuentra en pie frente a mí envolviéndome
fijamente con su mirada, dando la espalda al Tito que continúa sentado
en su poltrona disertando en un monólogo alucinante sobre sus proyectos
editoriales con ribetes de gloria made in USA.
Mientras
vierte la bebida los labios de Clara se juntan, se comprimen y su boca se abre
lentamente lanzándome un inaudible a la vez que excitante beso.
Somos
cómplices. Una pareja de lobos famélicos insumisos a la jefatura del lobo
dominante o quizá mejor, a la caza de un cabestro con ínfulas de toro bravo.
La loba sale
del despacho marcando el linóleo con sus tacones de aguja, tensando la
musculatura de sus poderosas piernas al compás de una oscilación de caderas
característica de la loba hispana en celo. Su rastro a Chanel 5 se olfatea en
el ambiente y por un momento me aturde, despistándome de mi labor de brega.
-Perdona ¿Qué
decías?
No se le
puede perder la cara a un manso. Tito Milio escarba con sus dedos-pezuña sobre la mesa del despacho
aprestándose a una nueva embestida.
-Me jode que
cuando hablo no se me preste la debida atención.
-Dispensa,
pero estaba pensando en... – intento disculparme.
-¡En el culo
de Clara! – me interrumpe, riéndose como un cretino.
-¡No por
favor, no es eso! – miento, sin saber qué justificación ofrecer por la pecadora
mirada con la cual he seguido a la loba rebelde en su retirada.
-Por si no lo
sabes te diré que esa hembra ya tiene un macho que la cubre – me indica en tono
grosero y confidencial – Es la mujer de Jesús del Rosal el subdirector de la
revista, tu jefe más próximo, vamos. Aunque cubrir, lo que se dice cubrirla,
nada de nada.
Estalla en
una brutal carcajada. Es un perfecto imbécil.
-No ha sido
mi intención...
-¡Nada
hombre, nada! Tú tranquilo, que Clara es muy complaciente con sus compañeros de
trabajo – rebuzna, soltando un bufido que quiere parecerse a un nuevo carcajeo
– Ya lo irás comprobando a medida que tengáis más roce.
La última
palabra la pronuncia en voz baja, relamiéndose los labios e intentando escrutar
mis reacciones con sus ojillos porcinos de mal nacido.
-¿Te quieres
follar a esa tía? – me espeta de repente – Yo te puedo echar una mano si tú
deseas trajinártela. Te advierto que en la cama es una leona y lo digo con
conocimiento de causa. A su marido no le importa que se la follen. Es impotente
y un cornudo consentido.
Por la
comisura de sus labios fluye un hilo de saliva que se le entremezcla en la
barba. El tito jadea con una respiración entrecortada a la par que sus ojos describen
trazos elípticos sin fijación concreta. De pronto se queda como alelado,
sobándose la entrepierna.
-Oye José
Luís, por cierto, ¿tú utilizas Viagra?
He tomado el
autobús de regreso a casa, sumido en un total desconcierto.
A lo largo de
toda mi vida he tenido la oportunidad de conocer a todo tipo de personas con
diferentes registros y cataduras, pero el descubrimiento del último espécimen
ha desbordado mis actuales conocimientos con relación al origen de las
especies, según nos indica la teoría evolutiva de Darwin.
No existe un
patrón concreto de trabajo al que pueda ceñirme para investigar a un individuo
anárquico y cambiante en sus reacciones como lo es el barbudo elemento con el
que me acabo de entrevistar. Alucino. Ese tío es un majadero, sin duda. Un
manso peligroso que lanza derrotes a su libre albedrío creyéndose el amo del
cotarro.
Creo que tito Milio está
tan loco como su revista. Es un tarado mental con permiso para ejercer de
mamporrero en dos profesiones dignas como lo son la abogacía y el periodismo.
En ambos sectores ya se ha cobrado innumerables víctimas a lo largo de los años
de su arbitrario y demencial reinado, sin embargo parece estar revestido por un
halo invisible de satánica protección. Hace tiempo ya se libró de un intento de
asesinato instigado por su propia esposa y a pesar de las amenazas de muerte
recibidas y provocadas por el contenido difamatorio de Hábleme, continúa en
la brecha del escándalo y de la provocación sin que nadie haga algo por
evitarlo.
Lo cierto es
que – según parece – tito Milio posee
patente de corso para efectuar incursiones en vidas y haciendas y exceptuando a
la familia Real, se ha introducido en multitud de alcobas para obtener
información aireando a posteriori, cómo y con quién se lo montan los políticos
y los famosos. El comentario generalizado apunta que tiene múltiples
agarraderas en círculos oficiales gracias a sus contactos con altas jerarquías
con mucha mierda que ocultar de sus vidas privadas.
-Será mejor
que te desentiendas de él – me aconseja Marina, sirviendo la sopa de cocido –
Ese tío no es trigo limpio y el trabajo no te conviene. Cualquier día os pueden
meter una bomba en la redacción.
-Necesitamos
el dinero, niña. No puedo perder ese trabajo.
-Ya te saldrá
otra cosa, digo yo.
-¿A mis años?
¡Vamos, no me fastidies!
Tras la
comida intento dormir la siesta pero no consigo hilvanar el sueño. La blusa y
la minifalda de Clara se precipitan sobre mi cama esparciendo su contenido
entre las sábanas. Sus pechos son firmes y los sonrosados pezones, turgentes y
juguetones. Están vivos, se agitan sobre mi cuerpo en una frenética y lejana
danza que me obliga a salir en su persecución para no perderlos de vista.
Necesito
atraparlos, preciso asirme a su carne y beber de ellos para que su savia me
proporcione la fuerza necesaria que necesito para continuar combatiendo en las
trincheras que el ser humano ha cavado en un planeta ocupado por sátiros,
íncubos y fantasmales espectros que se agolpan frente a mí, impidiéndome la
succión e intentando arrebatarme la fuente de la vida.
Lucho por mi
existencia anónima, vacía, aunque inexcusable.
Desearía
abandonar la lucha, escapar de tanto combate inútil y carente de sentido pero
no puedo desertar, no debo, no me dejan. Pertenezco a una raza de grises
esclavos prisioneros de un bello planeta azul que les obliga a servirle hasta
la extenuación y por lo tanto, mi vida deberá ser vivida hasta sus últimas
consecuencias aunque vivir no
signifique precisamente sobrevivir
malamente cual es mi caso. Vivir es reír perpetuamente como un niño, amar
infinitamente como un adolescente y pensar eternamente con la sabiduría de un
anciano. Vivir significa escribir todo lo vivido y hacerlo con la libertad que
otorga el entender que no seré yo, si no la muerte la que ponga el punto y
final en la última página de mi vida. Pensando así, la existencia es más
llevadera puesto que mi vida es admisible ante la convicción del sueño eterno.
Me despierto
asustado, empapado en sudor e instintivamente palpo las revueltas sábanas
buscando algo que sé no voy a encontrar en ellas. El cuerpo de Clara se ha
esfumado al igual que mis sueños, disueltos en la nada.
Retorno a la
realidad más aplastante. En mi alucinación no he logrado sorber ni una sola
gota del néctar de la vida. Sigo siendo el gris esclavo carente de fuerzas para
continuar en combate y sin embargo debo permanecer en mi puesto.
Tras mi
sueño, desmenuzo y saboreo una frase del ilustre padre de Fausto.
“Mi campo –
dice Goehte – es el tiempo”.
Existen
millones de Faustos sobre una tierra donde florece la Vida pero disponen de
breve lapso de tiempo para labrar sus campos. Hay muchos Faustos que no han
disfrutado el placer de ver germinar el fruto de su esfuerzo y otros tantos que
ni siquiera podrán paladear el sabor de la cosecha. Partirán de este mundo con
las manos encallecidas y rotas por el esfuerzo, pero vacías. Quizá su bagaje
consista en experiencias vividas y soledades compartidas, pero es un hecho
irrefutable que la partida final la ganará el tiempo, no el hombre.
Como dice
Fausto en su monólogo “No me figuro saber cosa alguna razonable, ni tampoco
imagino poder enseñar algo capaz de mejorar y convertir a los hombres”. Algo semejante pasa por mi cabeza de gris
esclavo, Fausto clónico de aquel otro que vendió su alma al diablo. En mi caso
no preciso de excusa para entablar negociaciones con un representante del
Maligno en la tierra; ya he establecido contacto con su barbudo delegado de
prensa y según parece, seré un digno redactor para sus fines.
Retornando a
Fausto y a su monólogo comparto con él que “Por otra parte, carezco de bienes y
caudal, lo mismo que de honores y grandezas mundanas, de suerte que ni un perro
quisiera por más tiempo soportar semejante vida”. Cierto es. Mi vida ha dejado
de ser soportable e incluso la vida de mi fiel perro ha sufrido un vuelco. Años
atrás correteaba alegre y libremente por los campos oteando la mies, olfateando
la perdiz y ciscándose donde le venía en gana, cosa imposible en las actuales
circunstancias dada mi condición de prisionero ciudadano sin posibles para
comprar la libertad y refugiarme a campo abierto.
Perro y amo
tienen ahora el semblante torvo, la mirada agreste y el ánimo esquivo. De vez
en cuando, ambos se miran en silencio hablándose con los ojos del alma recordando
finiquitados tiempos e intentando aspirar lejanas e incorpóreas fragancias de
romeros en flor.
Una taza de
café da al traste con mis divagaciones acerca de Fausto y las circunstancias
adversas que le empujaron a tomar decisiones irrevocables en un principio, pero
redentoras al final mediante la intervención divina. Eso según la versión de
Goehte, está claro.
No es mi caso
a pesar que he tomado la determinación de tirar por un sendero que se abre a
caballo entre dos abismos. Mí ánimo no se encuentra predispuesto en el momento
presente a contrastar diferencias entre el bien y el mal. Mi cuerpo es el
encargado de empujar a mi ánimo y mi cuerpo necesita comer de vez en cuando.
Así de fácil.
No existen
opciones a la hora de plantearse la supervivencia del cuerpo.
El alma no
come pan ni cotiza a la hacienda pública, pero yo como individuo me veo
obligado a ello a pesar de mi ascetismo y mi absentismo en ambas acciones.
Por lo tanto
y a pesar de mis escrúpulos de conciencia, pactaré con el mismo diablo si hace
falta con tal de seguir royendo un hueso en el fondo de mi pestilente
trinchera. Es un contrasentido pero me aferro a la vida con la misma ansiedad
que aguardo a que la muerte ponga un poco de orden en mi tránsito por este
enloquecido planeta, que a su vez será engullido el día menos pensado hasta el
fondo de los abismos siderales.
El hombre y
la Tierra tienen marcado idéntico fin: La extinción anónima.
La soledad del ser desciende como una losa sobre mi
persona y mis sentimientos, produciéndome una sensación de extraña flotabilidad
a la vez que desfallecimiento aunque mi abatimiento personal considero que no es más que un sufrimiento meramente individual. Las lágrimas que
he vertido y vierto a lo largo de mi vida, tenían y tienen el mismo sabor de las lágrimas de cualquier ser humano. Cuando me llegue la
hora, la misma muerte será un
acto de extinción anónima en el
Universo y aunque las
circunstancias de ella sean particularmente dramáticas,
mi cadáver después de todo, no destacará de ningún otro.
El hombre y la Tierra son perfectamente prescindibles
en el Espacio.
Decía Valle Inclán que “El periodismo avillana el estilo literario”, afirmación que no
impugno aunque lo cierto es que en mi descargo debo admitir que uno vive de
vender las intimidades del otro, del marujeo y de las noticias de la prensa
vaginal. Y eso es de villanos o así me lo parece. Con estos mimbres no pueden
confeccionarse adecuados textos con los que tejer artículos con un mínimo de
calidad periodística.
La villanía
literaria campa a pleno pulmón en la redacción de Hábleme. Es como un virus que se
contagia a la mínima de cambio. El desmán informativo impera entre los
redactores de la oficina siniestra, mientras se cruzan apuestas entre ellos
mismos para adivinar cuál será el artículo más cutre que se publicará en la
próxima edición.
Clara me pasa un
cigarrillo encendido.
-Te invito a
comer, papi.
-¿Y eso?
-Me apetece comer
contigo a solas.
-Pero tu marido...
Jesús del Rosal
está encerrado en su despacho rodeado de montones de folios y carpetas que
forman una especie de parapeto sobre su mesa. Tiene la mirada ausente y perdida
de los vencidos. Se atrinchera tras cientos de documentos intentando ocultar
sus cuernos y también su vergüenza, pero a pesar del camuflaje no deja de ser
un cadáver en descomposición que se resiste a ser enterrado.
Clara mira hacia
el despacho del subdirector con evidente desprecio.
-Que se joda, él
se lo ha buscado. No le soporto por más tiempo.
-Pero estáis
casados ¿No?
-Compartimos piso,
que no es lo mismo. Cuestión económica y de conveniencia.
Hoy es viernes,
día de cierre. La redacción bulle, enloquece en medio de un maremagno de voces
destempladas provocadas por las prisas y el desconcierto por acelerar la
entrega de los últimos artículos para ultimar el cierre de la edición.
Un total desmadre
impera entre las mesas y las personas. Raquel está consternada puesto que su
artículo semanal ha sido rechazado en el último minuto. A la famosa de turno
vilipendiada y masacrada por la becaria a través de su artículo, le ha dado por
unirse repentinamente al clan de tito Milio y poner de vuelta y media a
una putifamosa televisiva. Total, que el vilipendio tiene que ser permutado en
panegírico y ensalzamiento de virtudes de la zorra de turno.
Raquel, la que un
día quiso convertirse en intrépida reportera gime desconsoladamente buscando
una solución inmediata para el problema de transmutación literaria que se le
plantea. La metamorfosis de texto no es lo suyo.
-Échame una mano,
papi. Yo sabré recompensarte – me suplica llorosa.
Cinco minutos
después, Raquel corre hacia el despacho del subdirector con dos folios
impregnados de alabanzas dirigidas a la meretriz anteriormente denigrada. La
becaria sale del despacho con una sonrisa de oreja a oreja sacudiéndose su
pelirroja melena. Me mira insistentemente entornando sus ojos azul celeste.
-¿Cuándo nos lo
montamos, tío?
-¿Cómo dices?
-¡Qué cuándo me
vas a echar un polvo, joder!
-Piérdete, niña.
Date una vuelta por ahí, anda.
Raquel me observa
desconcertada. Posiblemente sea la primera vez que alguien rechaza su cuerpo y
sus favores otorgados a cambio de algún servicio de índole laboral. Para ella
debe ser lo más normal el abrirse de piernas y pagar la ayuda con una sesión de
sexo. No lo acaba de entender. Insiste.
-Oye papi, que yo
sé agradecer un favor. Por otra parte me gustaría montármelo contigo. Nunca me
he tirado a un tío mayor si exceptuamos a tito Milio, claro, aunque él
no ha conseguido metérmela puesto que no se le empina. Se conforma con sobarme
las tetas, comerme el conejo y con que le haga un francés.
Me encuentro
azorado, avergonzado como pudiera estarlo un adolescente en su primera
conversación con la prostituta que le ofrece sus servicios de cama.
Raquel intuye mi
desbarajuste mental y vuelve a la carga.
-Oye papi, que
estoy limpia de SIDA y de toda esa mierda de venéreas ¿eh?
-No es por eso,
nena – me disculpo – Es que hoy no estoy para fiestas.
-Pues lo dejamos
para otro día. ¿Vale?
-Vale, pero
olvídalo. Y no me llames papi.
A pesar que la
mesa de Clara se encuentra a diez metros de la mía, la pantera dominante no ha
dejado de atisbar su territorio. Felinamente se dirige hacia mi posición
lanzando miradas asesinas hacia la sonriente Raquel, que continúa sentada sobre
el borde de mi mesa de trabajo con los muslos al aire.
Clara se planta
ante Raquel fulminándola con la mirada. La increpa con dureza largándole un
zarpazo.
-¿Has acabado de
putear por hoy, niña?
-¡Ay hija, cómo te
pones! ¡Mira quién fue a hablar!
-Lárgate a tu mesa
inmediatamente. ¡Ya! Desaparece de mi vista, pendón.
La pantera está
exacerbada. El incitante busto de Clara fluctúa rítmicamente arriba y abajo en
un jadeo a todas luces excitante para mi vista. Sin querer, me vienen a la
memoria los sonrosados pezones que no llegué a succionar en el transcurso de mi
sueño pero que ahora se adivinan abultados y punzantes bajo una blusa
transparente.
-¿Te has quedado
mudo, papi?
-¡No me llames
papi, coño! Tengo un nombre, ¿no?
-Me gusta llamarte
así, corazón.
-Pues ya vale.
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Obra inscrita con el Asiento Registral nº 16/2003/1751
Registro Territorial de la Propiedad Intelectual de la Comunidad
de Madrid
Copyright © 2004 José Luís de Valero.
Todos los derechos reservados.
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