CAPÍTULO III
……………………………………………………..
Obra inscrita con el Asiento Registral nº 16/2003/1751
Registro Territorial de la Propiedad Intelectual de la Comunidad de Madrid
Copyright © 2004 José Luís de Valero.
Todos los derechos reservados.
……………………………………………………..
Amanece. El pasar a limpio algunos de
mis recuerdos viajeros ha sido como un bálsamo, pero me ha servido de bien
poco. No he conseguido limpiar el detritus acumulado en los primeros artículos
que he escrito para un nuevo espacio destinado a satisfacer a los amantes del
chismorreo patrio. Y sin embargo me consta que en la redacción de Hábleme
les encantará contar con mi estilo barrio bajero y soez.
Desconecto el ordenador e intento hacer
lo propio con mi mente pero me es imposible lograrlo. La claridad del nuevo día
irrumpe en la habitación convertida en un apestoso antro tabaquero. Abro las
ventanas dejando que el aire fresco del amanecer purifique el ambiente y
también mis sentidos.
Marina ha preparado café y me ofrece una
humeante taza.
-Mírate en el espejo. Harás bien en
darte una ducha y dormir unas horas.
Me observo ante la luna del cuarto de
baño, viendo ante mí a un desconocido. Nada queda de aquel hombre que un buen
día decidió convertirse en escritor intentando volcar en sus textos toda su
vocación literaria. Los sueños de integridad profesional se han esfumado en el
vacío. Ahora floto en un desierto páramo rodeado de podredumbre editorial en la
cual estoy deseando revolcarme para poder comer caliente cada día.
Los cerdos cuando tienen hambre acostumbran
a hocicar entre la mierda. Los buitres acuden prestos al olor de la carroña. No
han pasado ni cinco días desde mi descomposición, cuando el teléfono despierta
de su letargo notificándome una cita con el director de Hábleme. La
montaña rusa se ha puesto en marcha y debo subirme a uno de sus vagones. El
viaje es gratis y puede que incluso esté bien remunerado.
-Te felicito, José Luís. Debo
manifestarte que tanto tu carta de presentación como los artículos que has
enviado a la redacción, me han impresionado favorablemente. Tienes un buen
estilo y eres mordaz.
Tito Milio me tutea abiertamente mientras me
observa a través de una mirada fría e inexpresiva que escudriña mi semblante,
intentando captar cualquier indicio o gesto de debilidad por mi parte.
Reconozco ese tipo de observaciones a
primera vista. Cuando las alimañas avistan una posible presa, acostumbran a
desarrollar un baile en torno a ella esperando el momento más oportuno para
hurgar en sus entrañas. No importa si la víctima conserva todavía un hálito de
vida. La devoran estando viva.
España siempre fue un país productor de aves rapaces y mamíferos
carroñeros y sigue siéndolo. A lo largo y ancho de nuestra península se hallan
dispersos y expuestos al sol multitud de semi cadáveres putrefactos. Las calles
de nuestras ciudades rebosan de mujeres y hombres dispuestos a todo con tal de
sobrevivir un día más. Son cadáveres serviciales, adecuados para el festín de
los carroñeros más poderosos.
-¿Te apetece una copa?
A las diez de la mañana mi cuerpo no
está para libaciones alcohólicas. Declino amablemente la invitación. Quizá un
café.
Hace su aparición en el despacho una
secretaria dotada de amplias caderas que mueve acompasadamente, con oficio,
sabedora de su poderío. Por un escote de vértigo asoman – más bien se
precipitan al vacío – sus prepotentes mamas, altivas, empecinadas y rotundas,
como pidiendo guerra.
-¿Azúcar?
-Dos terrones, gracias.
La secretaria abandona el despacho
intentando sitiarme con una estudiada mirada y otra no menos provocativa sonrisa.
Sus caderas se alejan marcando el paso en un vaivén horizontal
izquierda-derecha, excesivo a todas luces. El mareante contoneo desaparece tras
la puerta. La taza de café desprende un sutil aroma a Chanel 5 de Coco Chanel.
-Es Clara, una de mis secretarias. Muy
eficaz, por cierto.
La redacción de Hábleme se
encuentra saturada de mujeres poseedoras de incitantes andares y provocativo
gesto. Uno tiene la sensación de encontrase en el interior de un moderno
serrallo, a punto de iniciarse la selección de favoritas para el turno de
encame con el sultán.
Tito Milio me guiña un ojo exhibiendo por
primera vez en su rostro lo que yo interpreto por una cómplice sonrisa. Se sabe
importante, solicitado y famoso. Sus escándalos periodísticos y televisivos lo
han aupado al primer puesto de la desvergüenza informativa, valiéndose de
portadas inmundas con artículos repugnantes y editoriales calenturientas. Es la
vergüenza nacional respecto a la llamada “prensa del corazón”. El resto de
publicaciones se han puesto de acuerdo para crear un vacío en torno a él y su
revista con el propósito de finiquitar su reinado de desmadre periodístico.
-Mucha envidia es lo que hay – apunta
tito Milio – Ya va siendo hora de iniciar un contraataque editorial contra toda
esa chusma, ¿no te parece?
-Creo que el mejor ataque sería iniciar
una defensa coherente relacionada con la Libertad de Expresión – me atrevo a
insinuar.
-Exacto. Y tú sabrías cómo desarrollar
el tema, supongo.
-Por supuesto – afirmo categórico – Es
más; dado el estado de desprestigio de la revista se la debería reflotar
mediante artículos con un contenido digamos, más digno e higiénico,
literariamente hablando, claro.
Tito Milio aprieta las mandíbulas. El
semblante del pluriempleado director se contrae en una mueca que presagia
tormenta. Acaba de recibir una opinión nada favorable por parte de un futuro
colaborador que – se supone – tendría que estar lamiéndole el culo, haciéndole
la pelota y suplicando por un puesto de trabajo pero ha ocurrido todo lo
contrario.
El Tito carraspea nervioso
releyendo de nuevo mi carta de presentación.
Parece que no acaba de creérselo. Un don
nadie como el que tiene delante no puede permitirse el lujo de criticar el
medio al que va a servir y menos en presencia de su editor. Tras mi parida verbal
permanezco en silencio a la espera de su reacción. Sonríe cínicamente con
suficiencia, como disculpándome por la falta de tacto ante la exposición de mi
punto de vista.
-Se nota que eres un novato en el sector
periodístico. Deja aparte el contenido y la calidad literaria de nuestra
revista, Hábleme es tal y como yo quiero que sea: Un escándalo semanal.
Y debe continuar siéndolo, no te equivoques, ¿Vale?
-Entiendo. Yo tan sólo pretendía exponer
mi criterio.
-Algo
que yo valoro en lo que cabe, pero no te olvides que a las marujas que leen mi
revista les importa una mierda el contenido literario de la misma. Leen más a
gusto la palabra puta o putón, que prostituta o meretriz, no sé si me
entiendes. Al lector español le va la palabra soez y el artículo que describe
puntual y groseramente la perversión de los famosos.
Cuando tito Milio se cabrea jadea
igual que un berraco cuando la mosca cojonera le está rondando el trasero. Se
le calienta la boca. Él mismo es un pozo de inmundicia y degeneración
periodística que hace suya y da por válida la frase en la cual se manifiesta
que “El fin justifica los medios”. Se revuelve inquieto en su poltrona
asestando rítmicamente con su pluma un frenético tamborileo sobre la mesa
presidencial mientras se manosea insistentemente la canosa barba.
-Tú no tienes ni idea de lo ocurre en el
gremio, muchacho. Me encuentro rodeado de enemigos por todas partes que quieren
mi cabeza a como dé lugar. Es preciso atrincherarse y andar con pies de plomo a
la hora de escribir la editorial o un artículo de opinión. Espero que tú
interpretes mi intención y la sepas traducir en un texto.
Me imagino por dónde van los tiros.
Rascándose la hirsuta barba, tito Milio se inclina sobre la mesa de su
despacho mirándome de frente en plan confidencial. Ha leído detenidamente mi
carta de presentación y sabe a ciencia cierta que se encuentra frente a un semi
cadáver que está a punto de iniciar su descomposición.
Es un depredador nato que huele la
debilidad de sus víctimas a kilómetros de distancia y para él mi curriculum
significa una clara invitación para la tienta de un ser humano. Juro
mentalmente no dejarme avasallar por semejante cretino. Todavía queda un ápice
de bravura en mí.
-Todo dependerá de la libertad que usted
me otorgue a la hora de escribir en su revista – manifiesto, tomando posiciones
e intentando hacerme valer al máximo – Quiero un espacio de libre opinión.
-Cuenta con él y apea el tratamiento.
Aquí nos tuteamos todos. Bienvenido a la redacción – responde tito Milio
estrechándome la mano – Comienzas ahora mismo. Cerramos la edición dentro de
una hora. Tú verás lo que escribes en tu primer artículo.
El tipo va muy aprisa. Con una sonrisa
de oreja a oreja se levanta de su butaca presidencial dando por finalizada la
conversación. Para él la tienta a terminado. Me considera de su propiedad.
-No hemos hablado del tema económico – me
apresuro a comentar sin levantarme de mi asiento – Quisiera saber lo que voy a
percibir por mis colaboraciones semanales.
La sonrisa se borra de su rostro
adoptando una actitud de patrón ofendido. Consultando su macizo Rolex de oro – tito
Milio siempre hace ostentación del rey de los relojes a todas horas y por
cualquier circunstancia – me lanza una mirada desafiante.
-Eso te lo diré dentro de una hora,
cuando lea tu primer artículo acerca de la Libertad de Expresión – me responde
mascando las palabras – Y no te olvides que el cierre de edición no espera a
nadie. Dile a Clara que te preste su ordenador. Tienes cincuenta y cinco
minutos para desarrollar el tema y procura hacerlo lo mejor posible. Hay mucha
gente joven esperando en la cola para un puesto de trabajo. ¿Entendido?
Asiento con la cabeza mordiéndome los
labios. Acabada la tienta, tito Milio inicia una sesión de acoso y
derribo para medir la bravura o el sometimiento del futuro mercenario de la
pluma. Asociando el tema taurino, le envío un recado a la presidencia.
-Entendido. De todas formas los que
aguardan en la cola son novillos.
-¿Acaso tú eres un toro bravo? – me
pregunta, irónico.
-Más bien soy un lidiador que ha
recibido excesivas cornadas.
-Pues entra a matar de una jodida vez.
Recuerda: – me indica, consultando su reloj – Te quedan cincuenta y cinco
minutos para convertirte en matador o bien para continuar siendo un subalterno.
Tú sabrás lo que te conviene.
La sutil fragancia que desprende el
voluptuoso cuerpo de Clara invade las mesas de la redacción, los ordenadores y
los sentidos. Sus hechuras morfológicas se desbordan ante mis ojos en un claro
intento de provocación manifiesta. Se sabe apetecida por los hombres y
envidiada por las mujeres.
Muestra sin pudor su firme e incitante
cuerpo a las anhelantes contemplaciones visuales de los redactores que la
persiguen con la mirada, cada vez que el poderoso trasero de la secretaria se
levanta de la silla. La rotundidad de sus movimientos marcando el paso, semejan
a los de una pantera señalando su territorio mediante el acompasado vaivén de
unas acometedoras caderas encajadas dentro de una minifalda que deja al
descubierto unos muslos demenciales, capaces por sí solos de provocar un
colapso cardíaco.
Clara me cede amablemente su puesto
frente al ordenador. Me siento observado, acechado en mis movimientos. El
equipo de redacción al completo ha hecho un alto en sus labores para fisgonear
en mi persona. Los hombres me escudriñan a hurtadillas cuchicheando entre
ellos, mientras que las mujeres sin dejar de espiarme, chismorrean al unísono
como si se encontraran en una reunión de enajenadas cotorras.
Clara advierte mi inicial desconcierto
ante la inspección visual a la que me veo sometido. Se sienta a mi lado
envolviéndome en un halo de etéreo efluvio.
-No les prestes la menor atención.
Siempre ocurre lo mismo cuando llega uno nuevo a la redacción – me comenta
sonriendo – Y en tu caso mucho más, está claro.
Desde luego que está claro. Por edad
puedo ser el padre de todos ellos y en algún caso concreto, hasta el abuelo. Me
siento como si estuviera en un colegio de secundaria rodeado de pipiolos por
todas partes exceptuando a Clara, por supuesto. La secretaria ronda los treinta
y cinco años y actúa en calidad de pantera dominante dentro de una jaula
plagada de cachorros contagiados por ínfulas periodísticas del peor calibre. La
mayoría de redactores son becarios pisa-cadáveres que se devoran entre ellos
mismos con el fin de no perder su puesto de trabajo. El ambiente que se masca
en la redacción de Hábleme me
recuerda el imborrable espacio humorístico titulado “La Oficina Siniestra” que
se publicaba hace años en “La Codorniz”, que en gloria esté.
Me desentiendo de los impertinentes
fisgones y procedo a vérmelas con el ordenador de Clara que continúa sentada a
mi lado en pasiva, a la vez que estudiada actitud. Sus moldeadas piernas
ceñidas por unas centelleantes medias de seda, permanecen cruzadas en un
pliegue mágico que muestra unos muslos incitantes y predispuestos para ser
contemplados en su total desnudez.
Creo que es una exhibicionista contumaz
a la que le va la marcha de saberse contemplada y deseada. Posiblemente sea una
calienta braguetas que a la hora de la verdad eche los frenos dando marcha
atrás, o quizá no, vaya usted a saber. La verdad es que no acabo de centrarme y
mientras tanto la pantalla del ordenador permanece en blanco. No puedo negar
que la turbadora presencia de Clara rozándose con mi cuerpo y envolviéndome con
su perfume, me ha descolocado.
Frente a un problema de difícil solución
el ser humano se inclina a hacer lo que hizo Alejandro ante el nudo gordiano:
tomar la espada y cortarlo por la mitad, lo cual no deja de ser una manera de
resolver momentáneamente el problema, negándolo. Yo tendré que tomar una
decisión al respecto mal que me pese. Restan cincuenta minutos para el cierre y
a mi derecha se encuentra situado un nudo gordiano con forma de mujer, dos
piernas sibilinamente cruzadas, más un busto palpitante y juguetón que pugna
por saltar fuera de su reducto de un momento a otro. Es preciso que la visión
desaparezca o se aleje momentáneamente.
La misma Clara me da pie para deshacer
el nudo sin necesidad de cortarlo.
-Te noto un poco tenso, José Luís.
¿Quieres un cigarrillo?
-Sí, gracias – respondo con un hilo de
voz – No acabo de centrarme.
Con estudiado gesto me coloca entre los
labios un cigarrillo rubio que ha encendido previamente. Viene impregnado de
Chanel 5 y con su marca de carmín en el filtro. Todo un augurio. Así no hay
dios que escriba ni una sola línea.
-Que digo yo que será mejor que te des una
vuelta por ahí, chata.
-¿Y eso? – inquiere extrañada, con una
sonrisa – ¿Te molesto acaso?
-Todo lo contrario. Más bien me
deleitas, nena.
-¿Entonces?
-Si por mí fuera en vez de escribir un
artículo sobre la Libertad de Expresión me pondría inmediatamente a redactar un
informe confidencial acerca de tus maravillosas piernas, no sé si me entiendes
corazón.
-Te entiendo perfectamente. En menos de
un minuto me has llamado chata, nena y corazón y encima te metes con mis
piernas. Un poco fuerte para ser la primera vez que hablamos ¿no te parece?
-Lamento haberte ofendido. No ha sido
esa mi intención, pero para escribir necesito un mínimo de concentración y a tu
lado no la tengo.
-No me siento ofendida, al contrario –
me susurra coqueta al oído – Me agradan tus requiebros, papi.
-En eso tienes razón. Por años casi
podría ser tu padre.
-Por suerte para mí, no lo eres. De
haber existido esa circunstancia, de buena gana hubiera sido una hija
incestuosa.
Las últimas palabras las ha pronunciado
lentamente, con voz tenue, sensual, sin dejar de mirarme fijamente dándome a
entender que ella es una hembra en celo dispuesta para el apareamiento. Se
levanta sonriendo, bajándose la minifalda hasta lo máximo que le permite tan
exigua prenda. La observo de arriba abajo recreándome en la suerte. Es bastante
alta. Con los tacones de aguja que calza medirá un metro ochenta centímetros
que se alzan ante mis ojos, dominándolo todo.
Los pipiolos no pierden ripio de lo que
acontece y comienzan los primeros murmullos y las sonrisas cómplices por parte
de las becarias.
-Te dejo solo y espero que te centres,
papi. Hasta luego.
El nudo gordiano lo he deshecho a medias
pero el problema no puedo ni debo ignorarlo. Ya no tengo edad para andarme con
escarceos amorosos a la primera de cambio. Aplasto el cigarrillo en el cenicero
y me pongo en marcha saboreando con delectación el sabor a carmín que ha
quedado en mis labios.
No he tardado muchos minutos en poner mi
firma a pie de página. Clara, acercándose a mi mesa lee el artículo
detenidamente.
-Muy
bueno lo tuyo, papi.
-¿Te gusta?
-Casi tanto como tú.
-Menos coñas, nena.
-Te lo digo en serio. Cuando lo lea el
jefe se va a correr de gusto.
Clara me arrebata el artículo y
desaparece corriendo tras la puerta del despacho de tito Milio. Los
pipiolos mientras tanto me observan con la boca abierta, incapaces de
comprender cómo se puede escribir un artículo en menos de quince minutos y no
morir en el intento. Una de las becarias se acerca con cautela a mi mesa
intentando establecer contacto.
-Hola, me llamo Raquel.
Otra que tal calza. Me tiende su mano
cuajada de estrambóticos anillos.
Podría ser mi nieta.
-José Luís, encantado.
Raquel es la clásica listilla que nunca
falta en una redacción. Se mueve como puede hacerlo una ardilla de árbol en
árbol en busca de piñones, con la salvedad que en la redacción lo hace de mesa
en mesa a la busca y captura de datos que la conduzcan a desarrollar un tema con
el que llenar su espacio semanal. No acaba de entender lo mío. Eso de escribir
dos páginas de golpe en menos de un cuarto de hora, no lo asimila del todo.
Quiere saber cómo me lo monto.
-No existe ningún secreto. Simplemente
has de tener muy claras las ideas y seguir la línea informativa que te marque
tu editor – intento explicarle – El resto viene rodado, todo es cuestión de
práctica.
-En esta redacción la única línea
informativa es soltar tacos – afirma categórica – Y cuanto más guarros sean,
mucho mejor.
Eso es cierto. En la redacción de Hábleme
existen auténticos especialistas en el exabrupto gramatical y el desatino
informativo. Es incomprensible que una publicación rebozada en mierda pueda
salir a la calle y encima venderse. Digo yo que cada lector tiene la revista
que se merece, de otra forma no me explico el éxito que tiene el infame
semanario entre las marujas hispanas. Posiblemente sea debido a una cuestión de
principios en según qué sector de amas de casa españolas, a las que les encanta
hurgar entre la mierda a la hora de preparar el cocido. Entre col y col,
lechuga.
-No le des más vueltas, Raquel. Si no te
gusta escribir guarradas, la única solución es cambiar de editor.
-¿Y a ti te agrada escribir así?
-No. Pero necesito comer cada día. Además,
yo no escribo guarradas.
-Entonces lo llevas crudo. No durarás
mucho tiempo en la redacción.
Pienso que eso está por ver. Tengo que
aferrarme a esta oportunidad laboral con todas mis fuerzas dejando a un lado
mis principios literarios, códigos deontológicos y demás zarandajas. Me importa
un rábano redactar bellaquerías si por ello percibo lo necesario para vivir
aunque sea humildemente. Si pretendo ser honrado conmigo mismo, no significa
que por ello se me vaya a otorgar gratuitamente el pan. Así qué, caña al mono
que es de goma. Y menos hostias. Vivo en un mundo sin entrañas, rodeado de
alimañas, buitres y carroñeros que acechan la menor oportunidad para hincarle a
uno el diente.
De reojo observo a Raquel. Un cachorro
de loba en ciernes, sin duda. Me sonríe amistosamente mostrando unos carnosos y
apetecibles labios tras los cuales vislumbro una deslumbrante dentadura rayando
en la perfección. Por sus palabras deduzco la carencia de objetivos
profesionales. Según sus propias palabras cuando se decidió a elegir una
carrera optó por Ciencias de la
Información , de la misma forma que hubiera podido abrazar la
secta de los Hare Krishna. Simplemente se dejó llevar por la corriente
estudiantil que imperaba en aquellos momentos. Aspiraba a convertirse en una intrépida
reportera viajando a través del ancho mundo, pero ahora su máxima aspiración es
llegar a fin de mes y que tito Milio le renueve el contrato cada noventa
días.
-Eso me obliga a hacer según qué cosas,
ya sabes – me comenta por lo bajo.
-No sé a qué cosas te refieres.
-Jó tío, pareces tonto. Pues que de vez
en cuando me tengo que abrir de piernas. ¿De qué nube te has caído?
Ciertamente a la becaria debo parecerle
un tipo raro. Tras la noticia me he quedado con la boca abierta mirándola,
creo, estúpidamente. Raquel echa la cabeza hacia atrás sacudiéndose
vigorosamente su melena, rojiza como una llama. No ha cumplido los diecinueve
años pero ya sabe lo que es trabajarse al jefe de la manada para continuar
mordisqueando unas migajas. Existen muchas lobas famélicas en la redacción de Hábleme
dispuestas a lo que haga falta con tal de no perecer o verse desplazadas del
clan. Ahora entiendo lo que significa tanto escote, tanta minifalda y tanto
culo en perpetuo movimiento alrededor de las mesas.
-Y a Clara no la pierdas de vista, que
esa es la favorita. Conozco el percal y creo que le gustas y que va a por ti.
Ándate con ojo que es una mala pécora y con tal de echarte un polvo es muy
capaz de meterte en un compromiso.
-Descuida. No estoy por la labor.
Raquel se aleja precipitadamente de mi
mesa al ver que Clara sale del despacho de tito Milio colocándose uno de
los tirantes del sujetador, que por lo visto se ha visto desplazado de su lugar
habitual por alguna ignorada circunstancia.
-Felicidades, papi. El jefe está que
salta de alegría con tu artículo.
-¿Y se ha corrido?
-¿Cómo dices?
-Tú misma me has dicho antes que se iba
a correr cuando lo leyera.
Tan sólo es un gesto, pero Clara se
lleva repentinamente su mano a la boca como intentando limpiar algún rastro. Me
mira con semblante esquivo.
-¿Te importa mucho ese detalle?
-En absoluto. Me importa un carajo si se
ha corrido o no.
-Me ha dicho que pases a su despacho.
Quiere hablar contigo.
Se queda en silencio, con la mirada
perdida en la pantalla del ordenador.
Ahora soy yo quien le ofrece un
cigarrillo encendido que ella acepta sin apartar la vista de la pantalla.
Suspira profundamente antes de hablar.
-¿Cómo has podido darte cuenta?
-¿Cuenta de qué?
-¡Vamos José Luís! No me lo pongas más
difícil todavía. Sabes de sobra a lo que me refiero – murmura
entrecortadamente, bajando la vista
-Te ruego que no hagas más comentarios
al respecto – balbucea nerviosa – pero tengo que pasar por el aro. Algún día
sabrás los motivos.
-No tienes que darme explicaciones. Yo
también intento sobrevivir.
Nos miramos en silencio. Contemplo a una
Clara desconocida. Su mirada es profunda, casi suplicante, nada parecida a la
que me envolvió cuando me sirvió un café en el despacho de tito Milio.
Sus ojos brillan intensamente, se humedecen hasta que se impregnan con dos
lágrimas que después de resbalar por las mejillas se precipitan al vacío
refugiándose en su seno.
Mentalmente maldigo al crápula, me cago
en su puta madre y en todos sus muertos. No soporto ver llorar a una mujer. Es
algo superior a mí.
Clara observa con insistencia la puerta
que da acceso al despacho del tito. Me habla con un hilo de voz.
-No te retrases. A él no le gusta que le
hagan esperar.
……………………………………………………..
Obra inscrita con el Asiento Registral nº 16/2003/1751
Registro Territorial de la Propiedad Intelectual de la Comunidad de Madrid
Copyright © 2004 José Luís de Valero.
Todos los derechos reservados.
……………………………………………………..
Hola, gracias por visitar mi blog, no sé cual es tu blog principal, pero te dejo mi huella en éste, voy a quedarme un ratito por aquí para descubrir tu manera de transmitir.
ResponderEliminarUn saludo cordial.
Hola María, gracias por visitar esta página de PÁGINAS ENTRE LAS OLAS Y EL VIENTO Mi web principal es DESDE EL CIELO:
ResponderEliminarhttp://devalerodesdeelcielo.blogspot.com/
pero últimamente estoy teniendo problemas con Blogger porque las entradas de mi página principal no aparecen reflejadas en vuestros blogs. Sólo en el general de Google+ y en las de mi perfil personal también en Google+,
O sea, un follón que estoy intentando solucionar.
Saludos cordiales, estimada María.